El jueves 19 de marzo de 1981, festividad de San José, día del padre, cuando todavía no se había cumplido un mes del fallido golpe de Estado de Tejero, el teniente coronel Ramón Romeo Rotaeche fue a oír misa a la basílica de Begoña de Bilbao. Finalizada la ceremonia, dos jóvenes que también salían del templo, un hombre y una mujer, se le acercaron por detrás. La chica sacó una pistola y le descerrajó un tiro en la nuca. El militar quedó tendido en el suelo sobre un gran charco de sangre. Falleció dos días después. Tenía 52 años, estaba casado y era padre de seis hijos.
El abogado que consiguió que la presunta autora de ese asesinato no fuera entregada a España es Paul Bekaert, el mismo que ha contratado Carles Puigdemont para explorar las posibilidades de sustraerse a la acción de la Justicia.
El Tribunal de Gante que impidió que Natividad Jauregui, alias Pepona, fuera extraditada pese a haber sido identificada como la persona que supuestamente apretó el gatillo aquella lejana mañana de marzo, sentenció: "Existe la posibilidad de que sus derechos fundamentales no se vean respetados". Seguramente aconsejado por su letrado, Puigdemont ya ha cambiado su discurso: del "España nos roba" ha pasado al "España nos tortura".
Acorralado por el Estado de derecho y cerradas a Cataluña las puertas de Europa por Juncker, Tusk y Tajani, pero también por Merkel y Macron, Puigdemont busca el apoyo de lo que queda: para él, el filibusterismo legal; para su causa, el ejército de atolondrados dispuestos a levantar la primera bandera que encuentren contra el sistema, y esa pesada tropa de reporteros extranjeros empeñados en reencarnarse en Hemingway mientras teclean en sus Iphone y MacBook.
Pero si el discurso de Puigdemont fuera cierto, ¿qué han hecho él y sus colegas nacionalistas los últimos treinta y cinco años para reformar ese Estado malvado, opresor y franquista, cuando tenían todo a su favor, pues han gobernado Cataluña ininterrumpidamente y han decidido una y otra vez quién y cómo gobernaba España?
Ahora se entiende el compadreo de las autoridades catalanas con Otegi, agasajado en la alfombra roja por Carme Forcadell y aclamado en las calles por las huestes separatistas. Y ahora se comprende, también, que Anna Gabriel y sus belicosos guerrilleros de la CUP hayan balado como tiernos corderitos ante las sucesivas espantadas de Puigdemont con rendición inmediata y huida final.
Si los independentistas acaban configurando una candidatura única para las elecciones, como pretende la Asamblea Nacional Catalana de Jordi Sánchez, necesitarán un nombre. Lo tienen fácil: en honor a Pepona, Batasuna.