A Manuel de los Santos Pastor, más conocido como Agujetas de Jerez, no queda más remedio que admirarle. En una entrevista concedida al Diario de Jerez pocos meses antes de su muerte en 2015, Agujetas recibió al periodista con la frase “tres preguntas y tres fotos, que yo cobro por eso”; presumió de barbacoa (una parrilla encima de una bañera “en la que cabe un cochino entero”); y aclaró, por aquello de mearle el territorio al juntaletras que se había presentado en su casa a joderle la siesta a él y su mujer Kanako, que su cante es muy difícil. “No lo harán ni después de cien años muerto yo”. Su carácter áspero era famoso en todo Jerez y frases como “una persona que sabe leer y escribir no puede cantar flamenco porque pierde el saber pronunciar” avalan su fama de tipo poco inclinado a modernidades como la alfabetización universal.
Agujetas, en definitiva, sólo se gustaba a sí mismo. Así, literal: “Sólo me gusto yo”. A Camarón lo llamaba “el tipo ese que chilla y que no tiene nada que ver con el flamenco” y a Terremoto o Chocolate no les guardaba mayor aprecio. Un poco más a Antonio Mairena, al que llamó monstruo en alguna ocasión. Pero Agujetas hacía una excepción con el Rey de España, al que le dedicó su disco de 2002, 24 quilates: “A Juan Carlos de Borbón, Rey de España”.
Con un “¿tú no serás de la independencia?” recibieron los gitanos del barrio de Vilarroja, en Gerona, a David López Frías, periodista de esta casa, hace sólo un mes. López Frías visitó el barrio más pobre de la ciudad de la que fue alcalde Carles Puigdemont cuando este se hizo famoso en toda España después de que un grupo de unos quince vecinos asaltara uno de los colegios en los que se celebraba el referéndum, se peleara con los organizadores y rompiera las urnas electorales. Todo ello mientras los policías nacionales y los guardias civiles allí presentes imitaban con mucho ángel a los mossos d’esquadra y miraban hacia otro lado mientras las urnas caían al suelo, una a una, dejando caer los votos falsos que albergaban su interior.
Los vecinos de Vilarroja fueron acusados por los independentistas de haberse presentado allí con perros peligrosos. “El único perro grande era un pastor alemán. Los otros eran un bulldog francés y dos chihuahuas. Son perros peligrosos, sí, pero porque si los sacas a la calle te los pueden robar”. En cuanto a las urnas, ¿qué decir? Su destino estaba escrito desde que aparecieron por el barrio sin que nadie de por allí las hubiera pedido. “Las rompimos por España” dijo Johnny. “Las rompimos por mis cojones” dijo El Murtu. Pero la frase lapidaria es la de Juan: “Rompimos las urnas porque es ilegal”. Ojalá una petición en change.org para que Juan asuma la presidencia del Tribunal Supremo.
Gitanos son también, en fin, los presos que andan amenizándole la estancia en prisión a Jordi Sánchez. Sánchez se ganó la fama de chivato tras delatar, sólo unas horas después de entrar en prisión, a tres gitanos que le habían dedicado unos cuantos “¡Viva España!”. Ahora en su módulo suena a todas horas el himno de la Legión, el Y Viva España de Manolo Escobar y el himno nacional. Y Sánchez puede dar las gracias. Su módulo es el más blando de la prisión y en cualquiera de los otros un chivatazo como ese le habría hecho acreedor a algo más que unas cuantas canciones pachangueras patrióticas. Quizá por eso no se separa de la garita de la prisión. Será cosa de la famosa valentía catalana, acreditada tanto por Carles Puigdemont como por Carme Forcadell o el mismo Jordi Sánchez.
Visto lo visto, está claro que los gitanos son la última frontera de la españolidad. No me parece mal. Prefiero mil veces un país formado por el Rey, el Agujetas y la sociedad civil que se lanzó a la calle el 8 de octubre en Barcelona que uno en el que la defensa de mis derechos civiles recaiga en Rajoy, Soraya, los Tribunales de Suprema Injusticia y todos esos nacionalistas con las gónadas de una mosca de la fruta.