Fue domingo cuando Colau le tiró a la ambigüedad con estelada y habló por Pisarello mediante. En pie playmobils de la terra y adiós PSC. Da igual que Forcadell evitara el traje a rayas en el descuento apelando al matiz y al símbolo. Ya no importan ni Forcadell ni su semiología, ni aquellos votos en una urna/terrario donde faltaba el lagarto y sobró una república malparida.
Avui importa Colau. Importa que Colau implosiona por sus santas bases el Ayuntamiento, y que una declaración es una declaración y no una proclama simbólica, pues lo simbólico en Cataluña ya no son flores a Macià, sino los niños kamiCaTces en la autopista. Para la DUI todo vale ahora que cuatro indepes han caído en el crepúsculo de las ideologías y en el fin de la Historia. Dicen que el independentismo anda diverso y disperso de cara al 21-D (sapo que traga finalmente la CUP), pero si hay que convertir en mártires a los presos, a los Jordis, y al Lutemont de Gerona, bien vale una manifestación unitaria (otra) con velitas LED en Barcelona.
Se cuenta en la Ciudad Condal que hay hasta más ambiente en la calle que en aquel verano del 92, cuando ligó hasta el Cobi. Y esto es bueno para las muchachas en flor que se ideologizan, que encuentran novio y magreo a la sombra de una banderita de los Jordis: también es bueno para el comercio ambulante consentido por Colau que hace horas extras en día de manifa y va dejando el cuartucho en La Mina por una cama caliente en Vallvidrera: ventajas de mercadear con el símbolo y con las cervezas en un carrito.
A la semana histórica, a una barbaridad -los niños mártires del píxel-, le sigue otra: un cobarde, Puigdemont, grabado y difundido desde Bélgica como si tuviera algo que aportar a la Humanidad en general y a los de la manifestación en particular. En todo caso Puigdemont -huido o sin huir, como cuando tocaba pelo y cafeteaba con Jordis y conselleres -habla en cursi, piensa en provinciano y conoce mundo con 400 payeses que le visitan. Pero Puigdemont se ve que ya sobra allí y Carles, el refugiado político, ha tornado a sureño cansino para el bruselense medio.
La guapa gente de la BCN de Ada ha encontrado la gracia de la calle, y los sábados hay verbena, sardana, paseo y baile por el módico precio de unas moneditas para los Jordis. Por ahí se ve a Colau, a la que se le vienen quedando ya pequeños los desahucios y su pasado de activismo empalagoso.
Ada se sabe llamada a algo ultraterreno, y en ciertas latitudes la ambigüedad es un valor: sobre todo si se cojea hacia una parte y Évole lo ve, lo canta, y lo cuenta cuando no le da por culparnos de la malaria o del deshielo en Groenlandia.