Fui este domingo al cine, a ver una película que me sobrecogió: The Square. Es una película sueca rodada este mismo año, dirigida por Ruben Östlund y protagonizada, entre otros, por Elisabeth Moss y Claes Bang, un actor de una belleza masculina perfecta, inquietante. Toda la película es así. No me pidan que les explique de qué va porque es uno de esos casos en que tal dato no aporta ni define nada. Es una película que hay que ver, punto pelota. Yo no creo que la olvide jamás.
Lo único parecido a un spoiler que estoy dispuesta a ofrecer es contarles que todo el argumento gira en torno a un proyecto de exposición de arte agresivamente vanguardista cuyo nombre es, justo, The Square. El recuadro. El cuadrado. Un ámbito cuadrangular que según la artista a la que nunca vemos constituye “un santuario de afecto y de confianza, donde todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones”. Se dice pronto.
Poco a poco vas descubriendo que la película es una reflexión extrema sobre la confianza entre seres humanos. O sobre la falta de ella. Dándole vueltas al cuadrado en cuestión, luchando por cuadrar y por requetecuadrar el puñetero círculo catalán, una se da cuenta de que el quid de la cuestión es netamente eso. Un monstruoso agujero negro de confianza. Un averno de recelo político, social y humano. ¿Cómo se restaña eso?
Hace tiempo que digo que el 21-D era a la vez un alivio y un lío. Alivio porque hay atascos que sólo se funden votando, haciendo ese reset siempre imperfecto, pero qué otra cosa hay, que son las urnas (las de verdad) en democracia. Y lío porque la fractura del espinazo catalán, la estrepitosa hemiplejia que cada uno vive como quiere o puede (cada lado completamente insensible al otro…) no se arregla así como así.
Parece que las encuestas, que en mi opinión han perdido mucho desde que los antiguos evisceraban aves, se acercan a darme la razón. Recula el voto indepeplus, exhausto y hasta los mismísimos. No es que el cogollo purista vacile o se lo piense (no se lo pueden permitir…), es que toda esa masa de gente normal a la que convencieron de que esto también lo era, empieza a olerse la tostada. La que se ha caído al suelo por el lado untado de mantequilla, faltaría más.
Sobre espectaculares abstenciones han cabalgado durante décadas muchas mayorías absolutas nacionalistas en Cataluña. ¿Conseguirá Inés Arrimadas despertar a los muertos de voto y de corazón? ¿Qué hará Iceta? ¿Qué harán con Albiol?
Pase lo que pase casi media Cataluña va a necesitar árnica, mucha árnica. Y alguien capaz de dar confianza, mucha confianza. A todos y a todas, como se dice ahora. El problema no es si salen o no de la cárcel los que sabían perfectamente lo que había que hacer para que les metieran en ella. El problema es cómo sacar de entre las rejas del rencor, el egoísmo y el miedo a tantos otros. Nos acercamos a la hora más oscura. Se busca santuario de afecto y de confianza. Se buscan derechos y obligaciones. Se busca amor. Como suena, coño.