El escritor Eduardo Mendoza, premio Cervantes 2016, ha publicado una pieza exquisita, de urgencia: Qué está pasando en Cataluña (ed. Seix Barral). Se lee en una hora y es una hora civilizada, sensata, razonable, incluso amena. Sería ideal si no contuviese un truco: la insistencia de Mendoza en que no está con ninguno de “los dos bandos”.
Es un truco porque lo que dice en su libro solo es asumible por uno de los “bandos”: el constitucionalista. El otro, el de los independentistas, ve refutado en él sus argumentos principales. Por eso la formulación de Mendoza resulta cosmética, de autoadorno: no nos dice nada de la realidad, sino de cómo quiere ser percibido el autor.
Yo lo entiendo, naturalmente. El deseo de mantenerse limpio en medio del fango es loable. Casa además con la elegancia del autor y lo que él llama su “temperamento”: su escepticismo de fondo, su consideración de la vida humana como un teatro, su ironía melancólica que intenta no ser patética sino ligera... Estas virtudes hacen que sus libros resulten deliciosos; una delicia con su dosis de amargura, porque no son complacientes.
En la mención de “los dos bandos”, en cambio, sí detecto complacencia. Veo en ello un cierto ventajismo, o un pancismo. Mendoza sería aquí una suerte de pancista delgado... Porque de sus reflexiones (ese intento de comprender llevado por la ansiedad, como dice al final del libro) se deduce que quienes están en lo cierto son los constitucionalistas; pero él ya no se atreve a concluirlo, porque le parecerá feo y él quiere mantenerse guapo.
El libro, como digo, quitando esos momentos, está muy bien. Mendoza resume con claridad la historia político-sociológica de Cataluña, el origen de sus conflictos, su reflejo en el carácter catalán, cómo ha incidido en él la inmigración, de qué modo Barcelona difiere del resto de Cataluña... Su mirada es aguda y compleja, como no podía ser menos en quien le ha dado vida en sus novelas a esa realidad. Ve también que España es una democracia, no el país franquista que dicen los independentistas; y que la independencia no sería mejor para Cataluña sino peor.
El que, pese a ello, hable de “dos bandos” equiparables hace que nos encontremos ante lo de siempre: la apelación a un bando fantasma –el de un nacionalismo español excluyente, recalcitrante– que sería, sí, equiparable al de los independentistas; pero que hoy no existe. Encasquetárselo a los constitucionalistas es una prestidigitación por medio de la cual desaparece una verdad: la de que son los constitucionalistas quienes se hacen cargo de la Cataluña compleja de que habla Mendoza, los que representan el diálogo, la convivencia y la integración.