Por las víctimas de EPOCA y de Terra Lliure. Por los dos mil trescientos firmantes del Manifiesto y los dieciséis mil docentes del éxodo callado, y por la añorada Barcelona de la segunda mitad de los setenta, que sigue latiendo en el prólogo sentimental de Lo que queda de España.
Por Els Joglars. Por cuantos sobraron en las esferas progresistas dizque nacionals cuando la izquierda catalana sucumbió al imaginario nacionalista, se arrendó o se rindió. Por los que nunca pidieron perdón, en esos años vergonzosos, por hablar en castellano en público. Por los alumnos de varias generaciones cuyo potencial ha sido malogrado en pos de una hegemonía ideológica; no sé si había leído a Althusser, pero Pujol sabía cuál era el principal aparato de penetración ideológica.
Por los periodistas postergados, por los que sufrieron campañas ad hominem al resistirse con mayor vigor, por todos aquellos que pudieron haber llegado a ser buenos profesionales pero nacieron en el lugar y la época equivocados.
Por las víctimas económicas, que somos todos los catalanes, y en especial por las que no celebraron que una trama político empresarial enorme, implacable, corrupta e impune les robara. Y, sobre todo, por quienes la denunciaron. Por Víctor Manuel Girauta. Por los que no tragan.
Por los valientes que fueron vejados en el Palau de la Música cuando lanzaban octavillas de libertad, por los que han mantenido la dignidad y la coherencia en los lugares más hostiles de la Cataluña interior, que te recibe con una estrellada en la rotonda, otra en el ayuntamiento y otra en el campanario.
Por los pocos, tan pocos, empresarios que advirtieron a Mas contra los peligros que su aventura acarreaba para la convivencia y la prosperidad de Cataluña. Por las pocas, -¡qué pocas!-, voces sindicales que el nacionalismo no logró adquirir o embelesar. Por los cuatro o tres periodistas del lugar que estuvieron a la altura, por el corresponsal extranjero a quien los agasajos no embotaron el juicio.
Por la ironía británica de Alejo, que tanto irritaba a sus adversarios en el Parlament. Por los quince de El Taxidermista. (¡Horacio, cómo te habría gustado ver esto!). Por los tres diputados en que su manifiesto se tradujo. Y por los otros tres, y por los nueve, y por los veinticinco. Por Albert. Por mis compañeros. Por el Rey. Por el grito de octubre, cuando un millón de gargantas rompieron el silencio para siempre. Por todos ellos, por todos nosotros, vamos a acabar con la pesadilla.