Es una de las expresiones que más le hemos oído decir al presidente del Gobierno en los últimos meses. Viene a ser una forma más elegante de decir «por ahí no se va a ningún lado», y el jefe del ejecutivo se la despacha con frecuencia a sus oponentes políticos; muy en especial a aquellos que desde hace un tiempo han encarrilado los asuntos públicos de Cataluña por la vía de la independencia, su único programa e invariable remedio a cuantos males aquejan a la sociedad catalana. «Ese camino no conduce a parte alguna», les espeta una y otra vez, ante la porfía de los independentistas en romper como sea con España.
Los acontecimientos de los últimos meses, y el resultado de la jornada electoral del 21-D, le han dado en parte la razón. El supuesto triunfo que el candidato prófugo del independentismo se apresuró a celebrar desde su exilio bidimensional en Bruselas lo es sólo hasta cierto punto: no son suyos todos los votos que reclama poseer, a efectos de afirmar ante el mundo su victoria; y ya se lo hizo notar el portavoz de ERC, cuando puso en la misma noche electoral como condición para apoyarle que acudiera a someterse al voto de investidura y de paso a la flatulenta dieta carcelaria que tanto desazona a sus adláteres. Con aliados tales, uno no necesita artilleros ni francotiradores enemigos.
Por otra parte, el cúmulo de ilegalidades y desafueros en que acabó parando el procés no sólo no ha cosechado el menor apoyo internacional (dejando aparte anécdotas que no pueden invocarse ante un auditorio serio), sino que en las urnas no ha logrado sumar más que un 47% de respaldo electoral inequívoco. Una cifra que resulta a todas luces insuficiente para plantear, al menos a corto plazo, la ineludible necesidad de un referéndum que tendría muy pocas posibilidades de salir adelante. Cuando se enfríe la euforia y el notoriamente dividido independentismo empiece a lidiar con dificultades concretas (engorros tales como la designación de un candidato que no está dispuesto a pagar el peaje legal para acercarse a su despacho), se impondrá la evidencia de que la estrategia no condujo a nada, en términos de doblegar a esa mitad no nacionalista de la sociedad catalana a la que, por el contrario, ha movilizado en pro de Arrimadas.
Ahora bien, los tres diputados a que ha quedado reducida la presencia del PP en el Parlament de Cataluña denotan que lo que no le ha conducido a parte alguna al partido gobernante, si no lo ha arrojado a la irrelevancia, ha sido la inacción pertinaz en que se ha enrocado su máximo dirigente. Ha dejado así que en un problema político y constitucional de primer orden los tiempos y los debates los marcaran los más intransigentes de quienes ya hace años que han roto amarras con España. La falta de iniciativa, de cintura, de imaginación, le ha salido muy cara a quien teniendo, entre otras, la responsabilidad de mantener unidos a los españoles, ha dejado que más de dos millones no vean otra senda que dejar casi a cualquier precio de serlo.