Yo no veo TV3 porque ya tengo novia, pero reconozco su utilidad social en la Cataluña moderna. Muchos catalanes sólo la tienen a ella. A su Samantha. Me refiero a la Samantha de Her, esa inteligencia artificial complaciente, sumisa y parlanchina de la que se enamora el protagonista de la película de Spike Jonze. De ahí la relación casi pornográfica que los catalanes mantienen con la que ellos llaman La Nuestra.
TV3 es un servicio público pero no en el sentido habitual del término servicio público. Es un juguete sentimental diseñado para el masajeo incansable del verdadero punto G nacionalista: la autoestima identitaria. Y digo el verdadero punto G porque todavía quedan ilusos en el Gobierno que creen que ese punto G es la cartera.
Sólo hay que observar la cara de los nacionalistas cuando chillan, rojos como las branquias de un atún de Barbate, aquello de "TV3 siempre será nuestra". El independentismo no habla de TV3 como los ciudadanos europeos hablan de sus televisiones públicas, sino como Humbert Humbert lo hacía de Lolita en la novela de Nabokov.
La relación de un catalán con su televisión roza lo endogámico y ese es el motivo de las apelaciones de los líderes catalanistas, habituales durante la pasada campaña electoral, a no ver ninguna otra televisión. La cosanguinidad intelectual es un mal menor si de lo que se trata es de salvar la pureza del dogma.
Por eso la simple idea de que la que ellos llaman La Nuestra pueda ser mancillada por esos rudos colonos españoles ha excitado tanto la sensibilidad independentista. ¡Antes cerrada que oírla gemir en ese idioma gutural que los bárbaros llaman español!
Bien lo sabía Mariano Rajoy cuando decidió que el 155 pasara de largo frente a las instalaciones de TV3. Como el que en el bar del polígono evita cruzar la vista con la novia chillona del macarra local, no sea que este lo perciba como una falta de respeto a su hombría y acabe repartiendo una somanta de educativas hostias.
Como no veo TV3 no le tuve el gusto a esa película de ciencia ficción de producción propia llamada 1-O que La Suya tuvo a bien regalarle a los catalanes nacionalistas el pasado martes. Pero he leído que es una obra maestra del infantilismo periodístico. También del analfabetismo democrático.
La segunda razón por la que no veo TV3, novia aparte, es porque ya me la sé. Que es la misma razón por la que uno se cansa periódicamente del porno. Si los catalanes que salieron a la calle el 1-O hubieran metido la mano en cajas de pizza en vez de en urnas de plástico, yo habría tenido serias dificultades para distinguir el documental 1-O de TV3 de la última producción de Brazzers.
Lástima que Jordi el Niño Polla sea de Ciudad Real. Si los de TV3 lo llegan a grabar votando el 1-O, la confusión entre servicio público y púbico habría sido ya total en Cataluña.