O Puigdemont regresa y es apresado en el Parlament o el esperpento catalán languidecerá en su momento más emocionante. Toda tensión narrativa tiene un límite a partir del cual sólo puede degenerar. A punto de que se nos rompiera el procés de tanto usarlo, y escaldados como salimos de las elecciones del 21-D, el operativo de caza y captura del inefable Zoido y los exabruptos jurídico-consultivos de Soraya habían dado de nuevo atractivo al avispero catalán. La obligación del president es ser consecuente con su personaje y no permitir lecciones de actores de reparto.
Más aún cuando él mismo y su entorno han dado rienda suelta a la potencialidad expresiva de su saga fuga sugiriendo un regreso épico cuya sola concepción ha saturado de ingenios y reacciones encontradas los grupos del Whatsapp la última semana.
Los memes del president depuesto disfrazado de turista japonés, embalado como un pedido de Amazon, o cómodamente escondido en la amplitud de los dobles fondos que los padres de la patria usaban para llevarse las mordidas a Andorra y Zúrich, mejoraban en los telediarios con redadas intempestivas en los aeropuertos, batidas en el alcantarillado de Barcelona y registros minuciosos en los puntos calientes de la frontera con Francia.
La broma, el dislate y el escarnio se confundían así con las crónicas de los reporteros de guardia demostrando una vez más que realidad y ficción son ámbitos difusos y homogéneos bajo el cielo protector del Ruedo Ibérico. El despliegue policial para evitar el regreso intempestivo de Puigdemont, por parte de aquellos que no lograron impedir su huida, sólo puede ser motivo de bochorno para los servicios secretos, incapaces por lo que se ve de seguirle la pista en las cervecerías y los bosques de Flandes.
En esas estábamos, con un registro sumarísimo del taxi que había tomado Xavier Domènech para ir al Parlament -no fuera a hacer de mula de Puigdemont-, cuando Roger Torrent decidió postergar el pleno de investidura para disgusto de Elsa Artadi y regocijo de Oriol Junqueras, estoico en Estremera.
El aplazamiento de la investidura vuelve a poner el foco en los posibles recelos y disputas en el seno del independentismo. Se habla de "fisuras en el bloque separatista" y el relato del procés decae irremisiblemente porque se resitúa en unas coordenadas de tedio y normalidad incongruentes con la tensión dramática alcanzada.
O Puigdemont hace algo heroico y regresa cual Ulises a Ítaca o ni siquiera las meteduras de pata Zoido y Soraya podrán salvarle ante el juicio sumario de un país en el que la exaltación del ridículo es deporte nacional. El show, president, debe continuar.