Durante un tiempo, entre mis papeles de trabajo, tuve guardada una foto en blanco y negro. En ella aparecían tres jóvenes estudiantes en minifalda y camisa de manga corta caminando ligeras sobre sus zapatos de medio tacón, con el cabello al viento, apresuradas quizá por llegar tarde a clase. Iban riéndose de algo, con esa feliz despreocupación de los veinte años, cuando todo es posible, y abrazaban sus libros y sus carpetas como la carta de navegación del futuro.
La foto, datada en 1974, podría haberse tomado en un rincón de la Sorbona, o de Harvard, o de Bolonia -la felicidad de un estudiante joven es igual en cualquier parte del mundo- pero se hizo en los jardines de la universidad de Teherán. Cuarenta y cuatro años después, si uno toma una foto en la misma esquina no podrá ver piernas al aire, brazos desnudos, ni melenas alborotadas.
Una universitaria iraní ya no se parece a la alumna de un campus europeo o de una facultad americana. En Irán, las muchachas en flor van a clase con el cabello, la piel y el alma ocultos por un velo ominoso que es como una cortina sobre cualquier forma de alegría.
El pasado 27 de diciembre, una mujer llamada Vida Movahed se situó en una zona estratégica del centro de Teherán y, tras colocar su velo en un palo, lo agitó como prueba de rebelión contra una tiranía que dura demasiado tiempo. Desde entonces, otras veintiocho mujeres han imitado a Vida (qué oportuno nombre) convirtiendo sus velos en banderas y sus cabellos desnudos en un símbolo de lucha, tal vez de triunfo. Se arrancan aquello que las separa del mundo y lo ondean sobre sus cabezas a la vista de todos.
Todas las participantes en esta protesta han sido detenidas. El fiscal general de Irán ha calificado la acción de “infantiloide”. La estrategia de ridiculizar es más vieja que el mundo, pero no cuela: cualquiera entiende todo lo que hay detrás de esas mujeres que se despojan del velo. Las protestas tienen que ir de la mano de un gesto sencillo cuyo significado es muchísimo más profundo que el acto en sí. ¿O acaso alguien cree que Rosa Parks no podía esperar a llegar a casa para descansar cuando se quedó con un asiento reservado a los blancos?
No sé dónde está la foto de aquellas muchachas persas que paseaban su juventud y sus faldas cortísimas de camino a un examen de matemáticas o una lección de inglés. Pero estoy segura de que su imagen sigue en la cabeza de mujeres como Vida Movahed que se han atrevido a plantar cara a su propio destino. Ojalá sepamos impulsar su lucha.