El único factor nuevo y relevante desde las elecciones catalanas es la fragmentación del nacionalismo, tan unanimista él, tan dado a hacer política de corro o de rotllana, tan indiferenciado y tan amigo de desfiles unitarios.
Admitamos que siguen compartiendo un almíbar sentimental, empalagoso y mendaz. Bien, imaginémoslos entonces como una macedonia. Pedacitos de frutas diferentes, de grupos con intereses muy diversos una vez que el Poder Judicial (¡al menos!) va haciendo su trabajo y un horizonte de nubarrones penales avanza sobre las cabezas de un puñado de dirigentes, los organizadores del golpe.
Examinando la macedonia, constatamos que ni siquiera los elegidos de la lista que encabezó Puigdemont tienen igual sabor. Todo lo contrario. La vieja Convergència -¡Y eso qué es! ¡Aquí respondemos por PDeCAT!- estará controlando ahora mismo a un número de diputados que se pueden contar con los dedos de una mano. Más un dedo corazón, quizá. El resto mantiene su obediencia legitimista a un prófugo extraviado que nunca volverá a ostentar la presidencia.
Y es ahora precisamente, ante la oportunidad de un artefacto nacionalista roto en camarillas y en rencores, cuando al partido en el gobierno central, a los administradores del 155, a los que quedaron últimos el 21-D, les da por insistir a todas horas en la conveniencia de representar una obra parlamentaria, una liturgia, que volvería a unirlos a todos, acrecentados además por los votos podemitas. O sea: que Inés Arrimadas presente una candidatura aritméticamente condenada al fracaso.
¿Desean una exhibición de noes separatistas, el espejismo de un frente incólume -como decía, agrandado por Podemos- que envíe una señal de ánimo a los suyos y un equívoco y pernicioso mensaje al resto de españoles? ¿O más bien anhelan complacerse con el solemne rechazo a la mujer que ha multiplicado por nueve el número de escaños del Partido Popular? Suena perverso, pero es perfectamente coherente con la obsesión que vienen exhibiendo en contra del partido que ha demostrado cómo con la Constitución en la mano y sin complejos se pueden ganar las elecciones en Cataluña.
Clama al cielo que tanta insistencia en no sé qué “responsabilidades de la formación ganadora” venga precisamente del partido cuyo presidente se negó a aceptar la designación del Rey como candidato a la presidencia del gobierno porque “los números no daban”. Y, por cierto, no le fue tan mal. ¿O es que nadie recuerda lo que sucedió al repetirse las elecciones? El PP fue el único que mejoró. Se les ve el plumero.