Por qué Mariano Rajoy sigue siendo presidente del Gobierno es un misterio insondable y una ignominia que nos acompañará sine die a todos los españoles de nuestro tiempo. Los libros de Historia tratarán de analizar tamaño despropósito en el futuro si antes éste no nos alcanza y engulle por culpa de nuestros múltiples pecados, de nuestra inacción, de nuestra cobardía por rendirnos sin pelear, de nuestra desidia al ponernos de perfil ante la hecatombe y argumentar que más vale pésimo conocido que malo por conocer.
Por qué un hombre del perfil grisáceo de Mariano Rajoy se ha convertido en el político español que después de Franco lleva más años en el poder –sumando ministerios y Moncloa– es ya un secreto equiparable al algoritmo de Google y al que utiliza, cual trilero de Gran Vía, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) a la hora de cocinar la intención de voto con la que cada dos meses engaña a los españoles, y de la que este lunes tuvimos una nueva ensalada aliñada en exceso. Además, el extenso reinado de Rajoy, sin Corona ni Toisón, es la prueba inequívoca de que Dios existe.
Le pregunto a un amigo conocedor del mercado y me dice que no, que la valoración de líderes no se cocina. “El CIS solo manipula en la última página de cada barómetro”, señala en referencia a aquella en la que el voto directo se convierte, por arte de birlibirloque, en pronóstico de intención de voto.
Que la valoración de líderes no se cocine condena sin remedio al actual presidente del Gobierno. Sin remedio. Donde no hay manipulación hay certezas. Mariano Rajoy, según el histórico del propio CIS, es el jefe de Gobierno peor valorado de la democracia española. El peor y con ventaja. Ni Suárez, ni González, ni Aznar, ni Zapatero rozaron mes tras mes la alcantarilla por la que ahora deambula el actual inquilino de la Moncloa. El último barómetro le da una calificación de 2,87 sobre 10 –sólo Pablo Iglesias saca peor nota entre los líderes de las principales fuerzas–, cuando en Europa no hay jefe de Gobierno que no llegue por lo menos al 4.
Por si fuera poco, y echando mano de esa parte del barómetro del CIS que no pasa por los fogones, el 78,2 por ciento de los españoles sigue teniendo poca o ninguna confianza en su presidente de Gobierno. En el anterior muestreo los datos del "poca" o "ninguna confianza" eran semejantes y en ambos la desconfianza absoluta alcanzaba también a los votantes de su partido.
Hasta el momento, Mariano Rajoy ha sobrevivido a todo. Ha sido inmune, especialmente, a su propia incompetencia; a lo que nos muestra ese CIS que no se cocina, a su inoperancia, a su vaguería política, a su nefasto liderazgo y, por encima de todo, a la corrupción que le tiene rodeado a él y a su partido y de la que tarde o temprano no podrá escapar: a la larga no va a poder huir de esos más de sesenta casos –algunos ya juzgados y sentenciados en primera instancia– en los que a lo largo de toda España las siglas del PP habitan más cerca de los juzgados y de la cárcel que de la Santa Madre Iglesia, ya sea por las obras de la sede de Génova 13, por los ordenadores destrozados a martillazos, los sobresueldos, los castillos hinchables, la financiación ilegal en las campañas electorales, los payasetes de la comunión, las comisiones recibidas de las grandes empresas, las cajas de puros... La fosa séptica rebosa por doquier.
Por todo esto, y por mucho más, no me entran en la cabeza dos hechos que dicen muy poco de este país: que el 26,3% de los españoles –cocina del CIS de por medio, al margen– siga votando al Partido Popular. Y que el incombustible Rajoy Brey siga teniendo ganas de intentar repetir, una vez más, como cartel electoral de su partido, “porque yo me siento bien, con ganas”, y que las bases y cargos de su partido humillen la cerviz y lo permitan.
Mi amigo, el experto demoscópico me cuenta que, al final, se sigue votando al PP al margen de su líder. “Y lo hacen por fidelidad a unas siglas y para que no gane otro peor, como por ejemplo Podemos. A los mayores y jubilados –su principal y casi único caladero de votos– les importa poco que Rajoy sea una mierda. ¿Cuántos no le habrán votado en las últimas generales por el temor a que pudiera ganar Pablo Iglesias?”, me dice.
No podemos seguir eternamente condenados a Mariano Rajoy. No nos lo merecemos. Con estos antecedentes penales no podemos seguir votándole aunque nos tapemos las narices para que el hedor de la fosa séptica que le rodea no acabe con nosotros. Ya hay otras alternativas –PSOE y Ciudadanos empatan en voto directo con el partido favorito del CIS–, ya no estamos abocados a elegir entre lo malo y lo peor. Y esta certeza es la que pone de los nervios al ejercito de la gaviota, con don Marianone al frente, y nos lleva a pensar que quizá nuestra condena esté cumpliendo ya sus últimos meses. Ojalá.