Descubro tarde esta palabra: mamihlapinatapai, y sonrío mientras intento repetirla una y otra vez en voz baja sin conseguir memorizarla. En voz baja porque escribo en un café, rodeado de extraños, y no quiero que sumen rarezas al currículum, ya de por sí
adulterado. Ma-mih-la-pi-na-ta-pai es de los indígenas yámanas de Tierra de Fuego y está listada en el Libro Guinness de los Récords como “la palabra más concisa del mundo”. Eso me da igual. Lo de los récords, digo. Lo que me deja arrobado es su significado. De ahí que intente repetirla hasta memorizarla como el estribillo de una canción.
Mamihlapinatapai describe “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar”. Pienso en las veces que sentimos mamihlapinatapai y sonrío de nuevo. Benditos yámanas, qué listos.
El idioma yámana tenía léxico muy especializado, tanto que llegaba a señalar definidamente objetos en cosas que en otras lenguas pasaban inadvertidas. Y lograba singulares síntesis como demuestra la palabra mamihlapinatapai. Sí, lo sé. Aquí tenemos resiliencia, limerencia, inefable, sempiterno, petricor, arrebol o ademán. Bonitas todas.
Mamihlapinatapai es cuando suena esa canción que nos gusta a los dos, y nos miramos desde la otra punta de la cena. Hay más gente, pero el resto permanece invisible y ausente al complot de dos inquietudes que se cruzan. Cuando no hemos decidido nuestro viaje de verano y sale una ciudad en un anuncio de la tele y no hay nada más que decir. Ese lugar será. Cuando sirven el plato sobre la mesa y ambos queremos la misma patata que coquetea sobre las otras. Cuando apetece una segunda copa y el silencio lo explica, lo justifica y lo bendice. Cuando buscas con la mirada el mismo lugar del restaurante, allí al fondo, donde la otra vez, en la mesa de la ventana. Mamihlapinatapai es cuando el cine se apaga, la oscuridad domina la sala y ambos nos giramos buscando el beso. El mismo beso.
O la risa, o la carcajada, o la burla, o la culpa. Mamihlapinatapai es una mirada que lo dice todo. La complicidad previa, el segundo de conexión que une a dos personas antes de hablar, la alianza de las emociones.
Hay algo peor que no tener esa palabra, imposible de pronunciar, en nuestro diccionario: no sentirla. No coincidir en la mirada, no tener ninguna conexión. Es complicado explicarle a alguien con quien nunca se produce ese segundo de complicidad, previo a las palabras consensuadas, qué es mamihlapinatapai.
El diálogo es muy bonito, estoy a favor del debate, de la pequeña riña, del toma y daca de pareceres, de la esgrima de los argumentos. Todo eso que nos hace tolerantes. Pero estoy mucho más a favor de los silencios, de ese pequeño mundo que coincide tras una mirada. Me voy a hacer yámana. Quiero vivir siempre en mamihlapinatapai contigo.