"O Puigdemont presidente o entramos en el Parlamento" amenazaban las cinco docenas y media de independentistas que el pasado 30 de enero se apelotonaron frente al Parlamento catalán para exigir, literalmente subidos a los árboles, que el fugado de Bruselas fuera coronado emperador a la mayor brevedad posible. Fue un espectáculo magnífico y, a ratos, casi convincente. Que nadie desprecie la autoridad y el aura de superioridad moral que emana de un tipo que cuelga de la rama de un árbol y lleva una careta de cartón con la cara de un cobarde sobre la jeta.
Yo observaba el pedagógico espectáculo con Emilia Landaluce, que es testigo de que no miento, cuando por delante nuestro pasó Elsa Artadi en dirección a las vallas que retenían a la raquítica turbamulta. Allí saludó la portavoz de JxCAT a todos los tractorianos que pudo y les juró que o Carles Puigdemont o nada y que del burro no se bajaba ni Dios. Luego lo repitió frente a la prensa y lo siguió repitiendo hasta el miércoles a última hora. El jueves por la mañana la candidata a la presidencia era ella y Puigdemont apenas un lejano recuerdo en la cabeza de los que hace apenas unos días le jaleaban como si fueran incapaces de imaginarse su vida sin él.
Como era de prever, ni cinco minutos tardó la claque independentista en arrancarse a cantar las virtudes de Elsa Artadi cuando se conoció la noticia. ¡Licenciada en Economía! ¡Doctora por Harvard! ¡Consultora del Banco Mundial! De horas cotizadas en la empresa privada no habló nadie por supuesto. Eso se lo deja el catalanismo a Inés Arrimadas. Otro día hablamos del evidente complejo de inferioridad de los nacionalistas y de su obsesión con los currículos académicos. Obsesión coherente, por otro lado, con su chifladura por lo fantasioso, lo teórico, lo novelero y lo imaginario en detrimento de lo real.
La rapidez con la que el independentismo ha pasado del "o Puigdemont o nada" al "o Elsa Artadi o nada" sin un solo ápice de vergüenza ajena confirma, en cualquier caso, que un independentista es la última persona del mundo a la que confiarle un hijo o comprarle un coche de segunda mano. Votaron a un partido cuyo eslogan era "Puigdemont nuestro presidente" y ahora se conforman con la presidencia de la desconocida que ocupaba el décimo puesto en la lista de ese "presidente".
Hasta hace apenas unas horas el independentismo defendía con uñas y dientes una idea rocambolescamente presidencialista del sistema parlamentario en beneficio de Puigdemont. Ahora defienden con el mismo entusiasmo la interpretación estricta de ese sistema parlamentarista en beneficio de Elsa Artadi. Cualquiera diría que lo que les ocurre en realidad es que, como bien dice Albert Boadella, han sido domados para comerse cualquier cosa que les echen.
Como las cabras, sí. Que, por cierto, también son bastante aficionadas a subirse a los árboles.