Lo más fascinante de la aventura espacial del visionario Elon Musk radica en lo perturbador que resulta que un industrioso pope de los negocios desafíe los cánones lógicos y emocionales de la sociedad capitalista con los aditivos poéticos y oníricos de su última aventura.
El multimillonario cofundador de SpaceX, de Tesla Motors y de SolarCity -entre otras grandes y no siempre rentables empresas- ha lanzado a los confines siderales un descapotable eléctrico color cereza conducido por un maniquí astronauta con apostura de chulapo de discoteca. Fíjense: el volante cogido con la mano izquierda, la derecha apoyada en la portezuela y doble cinturón cruzado sobre el uniforme blanco -como suelen los salvajes de autopista- por si hay que salir huyendo de la bofia o hacer un trompo a la puerta de la high school. ¡Ciputodismo galáctico!, que dirían los guardianes de la moral.
Si ya de por sí resulta seductor y desconcertante ver a un muñeco en un descapotable rojo surcando los confines interestelares sobre el Planeta Azul -como aparece en la imagen-, los detalles que aderezan el producto multiplican sus efectos alucinatorios.
El piloto se llama Starman como la mítica canción de Bowie. Una chapita recuerda a las civilizaciones alienígenas que esa hermosa nave ha sido construida por humanos en la Tierra. En el cuadro de mandos la leyenda “Don’t panic” homenajea la mítica Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams. Y el conductor se dirige a una órbita próxima al Planeta Rojo como si fuera un personaje del mejor libro de Ciencia Ficción de todos los tiempos: Crónicas Marcianas.
La gesta ha sacudido las entendederas del universo mundo, donde han proliferado canónicas explicaciones: que si una genialidad publicitaria para poner en valor el transbordador espacial Falcon Heavy y lo último de Tesla, que si la iniciativa privada es la madre de la ciencia y de la tecnología. Pero el extravagante Elon Musk dio rienda suelta a otro tipo de interpretaciones al exclamar: “¡Parece algo ridículo e imposible!”.
La magnificencia de lo ridículo y de lo imposible reseñada por Musk da pábulo a lecturas no estrictamente crematísticas o de marketing. Y ese es un ámbito amable y fértil para quienes, en el viaje galáctico de ese bólido rojo -ahora escarchado por las bajas temperaturas del espacio exterior- vemos confluir las quimeras literarias de los clásicos de la Ciencia Ficción y las recreaciones lisérgicas de El gran Lebowski.
A partir de ahí todo este asunto adquiere una amable dimensión en la que imaginamos lo felices que seríamos dejando trabajo y hacienda para suplantar al bueno de Starman -nadie echa en falta un maniquí- para viajar a Marte y, pongamos por caso, traer de regreso al viejo Ray Bradbury mientras en el salpicadero suena: “There’s a starman waiting in the sky”.