Reza un arcano adagio que para el noble todo es noble y para el ruin todo ruin. Tan pronto como han empezado las reuniones de auténtico trabajo para una reforma electoral, ciertas voces descreídas, con ese tonillo inconfundible del "te crees que me vas a engañar tú a mí", han lanzado a las dos formaciones más distintas y distantes del espectro ideológico esta divertida acusación: piensan con la calculadora en la mano.
Cualquiera diría que los descreídos son ajenos al propósito, justo y urgente, de incrementar la proporcionalidad en nuestro sistema. Hasta yo lo habría supuesto en un momento bajo si no fuera porque formo parte de la subcomisión para la reforma de la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, y doy fe de que todas las formaciones nacionales dicen desear ese aumento de proporcionalidad y, en teoría, trabajan en ello.
Por si eso fuera poco, también se manifiestan partidarias de enmendar el error del voto rogado, cuyo principal logro es que la participación de los españoles residentes en el extranjero haya caído del 30% al 8% por mor de una maraña burocrática. Las cuatro formaciones desean asimismo, dicen, facilitar el voto de los discapacitados y están abiertas a estudiar la obligatoriedad de los debates electorales o la unificación de los onerosos mailings. Entre otras cosas.
Llámennos malpensados, pero algunos sospechábamos que faltaba voluntad al constatar que siete meses de subcomisión parían un ratón: cinco comparecencias. Favorecer esa voluntad y trasladarla a la herramienta parlamentaria de la subcomisión es el cometido de las reuniones complementarias, que no solapadas, sobre la cosa de votar.
Cuando sea posible una reforma constitucional cabrá plantearse una transformación profunda del sistema. En mi casa tenemos los ojos puestos en el modelo alemán. Pero, siendo realistas, en la presente legislatura no se reformará la Constitución. Hay varios motivos. Baste uno: el partido en el gobierno no quiere.
¿Debemos pues quedarnos de brazos cruzados? De ningún modo. En tanto no se toque la Carta Magna (y, con ella, la obligatoriedad de mantener la provincia como circunscripción electoral) es posible mejorar la LOREG para que el Congreso de los Diputados represente mejor la pluralidad política de España. Los descreídos que nos imaginan con la calculadora de votos en ristre deberían reflexionar: ¿Acaso creen que los resultados de 2016 son una foto fija del electorado español? ¿Podrían llegar a aceptar la posibilidad de que alguien piense en lo que es justo sin más connotaciones? ¡Hasta en la desconfianza hay que mantener la proporción!