¿Acaso pensaron que no iba a pasar nada? Junqueras, los Jordis, Gabriel, Puigdemont… ¿De verdad creyeron que el Estado iba a permitir su autodestrucción? ¿En serio lograron que cientos de miles de catalanes los apoyaran en un intento secesionista que no era sino una mera ilusión? Resulta sorprendente, visto desde ahora, cuánto embrujo fueron capaces de manejar. Y con cuánto acierto, en función de sus comprometidos intereses. Pero, sobre todo, cuánta ingenuidad, si de verdad pensaron que la República que soñaban era posible; y cuánto engaño, si nunca lo creyeron.
En cualquier caso, el daño está hecho y hoy, dos meses después de las elecciones catalanas, no solo no hay Gobierno en Cataluña, sino que, entre los responsables máximos del independentismo, unos están en la cárcel, otros huidos y, todavía otros, como Rovira o Mas, solo han logrado eludir las rejas o el exilio esgrimiendo que toda esta gran maniobra secesionista era poco más que un juego. Que no iba del todo en serio. Que ahora sí acatan la Ley.
Al final, ya lo advertía el Rey en su alocución del 5 de octubre pasado, esa intervención tan necesaria que en el fondo fue lo que permitió cambiar la dirección de esta pantomima, la Justicia -no la divina, tan etérea, sino la terrenal, la que nos rige a todos- siempre llega. Y cuando lo hace, resulta implacable e ineludible.
La huida de la ex diputada de la CUP Anna Gabriel a Suiza, como lo fue antes la de Puigdemont a Bélgica, agudiza el escándalo e internacionaliza, queramos o no, el procés, además de incomodar la relación entre los dos países y España, pero desde luego no hace más válida su posición. Ni tampoco la renuncia del país helvético a la extradición otorga algún tipo de legalidad adicional a la actuación de la política de Sallent de Llobregat. Todo esto, simplemente, complica aún más una madeja que no va a ser fácil que se pueda desenredar ni pronto ni satisfactoriamente.
Con Puigdemont en Bélgica, Gabriel en Suiza y Junqueras en la cárcel, es evidente que el independentismo ha perdido la batalla, una que nunca debió disputar de forma unilateral. Probablemente, los partidarios de una Cataluña independiente tardarán mucho tiempo en recobrar el tiempo perdido y regresar al punto en el que estaban hace tan poco tiempo.
Ahora, las fuerzas independentistas se dan un plazo de diez días para encontrar una solución a la encrucijada que se vive en ese territorio después de la contundente aunque insuficiente victoria de Inés Arrimadas en las urnas. La solución al complejo entramado electoral no va a ser sencilla, y la posibilidad de que no se pueda formar Gobierno parece cada vez más plausible. El desgaste continuará, sí, pero es muy posible que los ciudadanos catalanes ya hayan tenido suficiente con un proceso que no ha hecho más que causar desperfectos, y cuya factura está aún por llegar.
Qué ingenuidad, sí, o qué engaño, pensar que el Estado iba a tolerar su desmoronamiento. En un país como Suiza, donde (casi) todo es perfecto, puede que Anna Gabriel encuentre, en su ingenuidad o su locura, una explicación a por qué el empuje de la CUP y sus aliados independentistas no ha podido, ni podrá, derribar el muro democrático que vertebra España. Esta hija de mineros andaluces y murcianos, nieta de un militante de la CNT, seguro que tendrá mucho tiempo para investigar, en el cuarto país más rico del mundo, de dónde viene, y a dónde va.