Si algo consta a estas alturas es que los perpetradores del golpe de septiembre eran conscientes de la inviabilidad de sus objetivos. Sabían de sus brutales costes para la economía catalana, sabían que ni un solo miembro de la Unión Europea los apoyaría. Aun sin lograr sus objetivos, y por la sola posibilidad de que se acercaran, provocaron la fuga masiva de empresas que conocemos.
Pero si lo sabían, ¿por qué porfiaron? Tenemos el relato de un medio arrepentido en busca de redención personal: Santi Vila ha convertido en clave explicativa una noche de acaloradas discusiones que habría acabado con Puigdemont decidido a envainársela y convocar elecciones.
En ese relato, el gran error habría sido no hacerle firmar la convocatoria al presidente de la Generalitat de inmediato. Vila se culpa de haber sugerido esperar a la mañana siguiente por vagas razones de decoro. La madrugada no le parecía idónea. Por la mañana, Puigdemont habría sufrido presiones insoportables: gritos de “traidor” por la calle. Ya ves. Y un tuit de Gabriel Rufián comparándolo con Judas. Demasiado para él. ¿De verdad?
Otro convergente medio arrepentido publica libro: el ex alcalde de Barcelona Xavier Trías. Sostiene que el Estado les “planteó” un pulso y lo ganó. De nuevo, huele a reubicación espontánea de jugadores. Hoy el bloque separatista está roto y es verosímil la repetición de elecciones. Luego hay algo que no depende de voluntades políticas: la Justicia que sigue su curso. La plana mayor del secesionismo está a punto de enfrentarse a procesamientos por rebelión, entre otros graves delitos.
¿Qué falla en el relato de Trías, paralelo al de Vila? La obviedad de que no fue el Estado quien “planteó” ningún pulso. Fueron los convergentes, la Esquerra y la CUP con sus dos antidemocráticas leyes de septiembre, que sustraían a las autoridades catalanas del poder judicial, creaban otro de juguete con jueces nombrados por el president, abolían la Constitución en Cataluña, declaraban su desobediencia al Tribunal Constitucional y ponían en marcha la transición hacia la República Catalana. Todo ello violando los derechos de los diputados de la oposición.
Ellos plantearon el pulso y, sí, el Estado ganó. ¿Acaso cabía esperar otra cosa? España es un Estado democrático y de Derecho, miembro de la Unión Europea y garante de una democracia avanzada. Nadie va a imponerle la quiebra de su integridad territorial por la vía de los hechos consumados. Acostumbrados a la impunidad, los dirigentes nacionalistas lo fiaron todo a componendas que no llegaron. Tout simplement.