Hay una frase que se escucha de un lado a otro de la península cada vez que alguno de los líderes del proceso secesionista catalán es apercibido, imputado o detenido. Es la de esto no resuelve el conflicto o, en su permutación más exitosa, ¿alguien cree verdaderamente que esto resolverá el conflicto? Con toda seguridad, la estaremos escuchando durante los próximos meses, años e incluso décadas. Porque es el razonamiento que permite a quienes han abanderado el proceso, o a quienes han actuado como sus aliados discursivos, sortear cualquier nueva refutación de sus tesis y reivindicar que ellos siempre tuvieron la razón. Lo que, a estas alturas, empieza a parecer su aspiración máxima.
Es conocido lo que la frase de marras tiene de trampa y de chantaje. Da a entender que la única salida posible a la crisis catalana sería ceder a las exigencias de los independentistas, cuando sería bastante más factible, beneficioso y -nunca sobra recordarlo- legal que fueran ellos quienes desistieran de un proyecto tan injustificado como dañino. Además, la frase obvia la importancia del precedente en la cultura política de las naciones y de los regímenes. Recordemos que hasta hace dos telediarios se dudaba de que, dada la naturaleza del Estado autonómico y su evolución durante las últimas décadas, el gobierno central pudiese llevar a cabo medidas como las que contempla el artículo 155, incluso cuando tuviera toda la razón para ello. También se dudaba de si la sensación de absoluta impunidad con la que actuaban los líderes independentistas estaría justificada. Ahí se veía de forma nítida, por ejemplo, la influencia del precedente que habían sentado el caso Banca Catalana o el incumplimiento de las sentencias relacionadas con el modelo lingüístico.
Pero hay algo muy acertado en la idea de que el desafío independentista siempre ha sido más que los individuos que lo lideran. No ver esto, acomodarse en el cortoplacismo que asume que con Artur Mas fuera de la Generalitat o con Puigdemont procesado nos podíamos desentender del problema, ha sido uno de los errores más graves del constitucionalismo en el conjunto de España.
El proceso independentista nos aboca a un debate muy profundo acerca de nuestro modelo territorial, de la relación entre las distintas instituciones del Estado y del modelo educativo de este país plurilingüe; por no hablar de la cultura política de nuestra ciudadanía y nuestros mecanismos de selección de élites. Las noticias relacionadas con el destino penal de Puigdemont y compañía no deben eclipsar jamás esas cuestiones. Por ello preocupan, por ejemplo, la escasa fiscalización que se está haciendo de la aplicación del 155, o el poco escándalo que provoca la aparente parálisis en el Congreso de las iniciativas de reforma del modelo autonómico. Al final, nadie nos obliga a elegir si la Historia la hacen los individuos o las estructuras. La hacen ambos, y ambos deberían preocuparnos.