Francisco Franco sigue intentando envenenar la vida de los españoles. Casi cuarenta y tres años después de su muerte, su mala sombra continúa siendo alargada y su herencia mantiene intacta la herida -vieja herida, triste herida- entre unos y otros, entre vencedores y vencidos. Aquellos siguen reclamando la victoria para defender a cualquier precio la figura del dictador, mientras estos aspiran a borrarla de la faz de la Tierra de una vez por todas.
La fundación que lleva su nombre ha vuelto a resucitar, una vez más, al que parece no morirse nunca. Como si no tuviéramos suficiente con el president en el exilio, ahora vuelve el fantasma del Valle de los Caídos para demostrarnos que el tiempo no pasa tan rápido como nos gustaría, que la lucecita de El Pardo sigue queriendo iluminar nuestras vidas.
Este martes, la Fundación Francisco Franco -¿existirá en Alemania una fundación con el nombre de Adolf Hitler?- ha hecho pasar por el juzgado a los miembros del Comisionado de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid que, en base a la Ley de Memoria de José Luis Rodríguez Zapatero, aprobó el cambio de nombre de 52 calles de la capital por sus reminiscencias franquistas.
Este miércoles, además, se cumplen 70 años desde que el 28 de marzo de 1938 “la ciudad y la provincia de La Coruña hicieron la ofrenda donación de las Torres de Meirás al fundador del Nuevo Imperio, jefe del Estado, generalísimo de los Ejércitos y caudillo de España, Francisco Franco Bahamonde”. Ahora, 70 años después, los herederos del ínclito han puesto a la venta el pazo que hiciera famoso Emilia Pardo Bazán. Ocho millones de euros es el precio que reclaman los que olvidan que pasó a manos del dictador gracias a donaciones forzosas de vecinos y trabajadores que no tuvieron más remedio que rendirse al vencedor.
La Fundación Francisco Franco no quiere borrar la sangre del callejero de Madrid, no quiere que borremos las huellas del crimen. Y la familia del caudillo pretende quedarse con esos ocho millones de euros que bajo ningún concepto deberían caer en la faltriquera de los herederos del tirano. Más de 80 entidades gallegas han pedido a Patrimonio Nacional que acuda a los tribunales para reclamarle la propiedad del pazo a la familia Franco.
Y por si fuera poco, Carmen Martínez-Bordiú reclama, tras la muerte de su madre, el título de duquesa de Franco. ¡Duquesa de Franco! ¿Por qué tiene que existir todavía un ducado con su nombre? ¿Verdaderamente ha sido Francisco Franco un Grande de España? ¿Nos hemos olvidado de la Historia, de su vida y de su nefasta obra: de sus muertos y de sus desaparecidos?
El escritor Manuel Rivas decía recientemente que “en ningún otro país que haya pasado en serio de un régimen totalitario a una democracia, las familias de tiranos o dictadores usurpan bienes que deberían pasar al patrimonio público. Somos una excepción. Y me pregunto si la enfermedad no bien diagnosticada que vive España no tendrá que ver, poco o mucho, con esta desvergüenza. Con este desasosiego que los buenos curanderos llamaban enfermedad de la sombra”.
Es como si tuviéramos que vivir eternamente condenados a Franco. Como si no hubieran sido suficiente los 40 años que padecimos en nuestras carnes, el fantasma del Valle de los Caídos sigue estando aquí, presente, casi 43 años después de su muerte que no desaparición, como una sombra inextinguible, como la peor de nuestras pesadillas, como una enfermedad incurable.