Lo mejor que se puede decir de Cristina Cifuentes tras ser arrastrada a la Asamblea de Madrid para dar explicaciones sobre su currículum es que es una gran política: cuatro papeles que no demuestran nada y una sonrisa profidén le bastaron para defender con coraje su integridad. Y eso después de estar dos semanas desaparecida.
Por contra hay que decir que la coartada de la presidenta para abrigarse, desnuda a nuestras universidades públicas: ahora sabemos que los máster que ofrecen pueden cursarse semanas después de haber comenzado, que aunque se intitulen "presenciales" no hay necesidad de asistir a clase y que los alumnos pueden pactar con los profesores hasta la forma de realizar los exámenes. Por lo que me cuentan, hay clubes de carretera con normas más estrictas.
Y luego está el misterio del trabajo ignoto. Sabemos que tiene título, incluso Cifuentes ha ofrecido a los periodistas unas pinceladas acerca de su contenido, pero no aparece: es como si se lo hubiera tragado uno de los agujeros negros de Hawking. Por más cajas que la presidenta madrileña destapa en casa, según ella misma ha confesado, no hay forma de encontrarlo. Y en la Rey Juan Carlos se encogen de hombros. Así que andamos en busca del máster perdido, lo cual podría dar para una aventura de Indiana Jones, ahora que nadie lee a Proust.
Si Esperanza Aguirre pudo aparcar en el carril bus, ser multada, darse a la fuga después de haberse llevado por delante una moto de la poli, regatear la prueba de alcoholemia y salir airosa, no me cabe duda de que Cristina Cifuentes salvará el match point más complicado de su carrera. Desde luego, este miércoles se ha doctorado en el Parlamento regional.