A Frances McDormand, la testaruda y valiente protagonista de Tres anuncios en las afueras, le gustan sus arrugas. O los “picos, valles y grietas”, como ella los llama, que marcan su rostro de 60 años. Tal vez por eso pisó la alfombra roja que la condujo a recibir su último Oscar, hace solo unas semanas, sin maquillaje alguno.
No todo el mundo posee la sabiduría de disfrutar, como hace ella, de su propio proceso de envejecimiento. De hecho, solo quienes conservan una inteligencia clara, como la mujer del director Joel Coen, son capaces de hacerlo.
La mayoría huye del camino exigido por la decadencia celular con todo el ímpetu y la insistencia que puede; la mayoría se aleja del sendero que los lleva a hacerse viejo. O, al menos, pospone todo lo que puede su inclusión en semejante pasadizo que, solo en ocasiones, resulta oscuro o lúgubre. Solo unos cuantos elegidos se apartan de la resistencia que quizá algún día tuvieron y celebran los últimos espacios que ofrece la existencia.
Bruce Springsteen, en su magnífica autobiografía Born to run, ya sentenció que, ciertamente, “hacerse mayor da miedo, pero es fascinante”. El músico de Nueva Jersey ha sufrido largas y profundas depresiones a lo largo de su carrera; sin embargo, la madurez que ha atravesado en estos últimos años, ya cerca de los 69, parece haberle traído la serenidad y armonía que faltaban en su vida. Todo un sabio, el autor de Thunder Road, capaz de almacenar plenitud en el período de vida en el que muchos no hacen otra cosa que rendirse.
Sin miedo, con capacidad para el asombro alegre ante el deterioro físico y, con suerte, convencidos del crecimiento que surge de una mayor experiencia en el terreno emocional: así procedería asistir al proceso de hacernos mayores. A fin de cuentas, quienes lo consiguen son, solo por eso, unos privilegiados. Aunque muchos de ellos ni siquiera lo adviertan.
Envejecer es, sí, una dispensa temporal de la muerte. Un gran privilegio que, sin embargo, para algunos tiene poco encanto y resulta, a menudo, poco respetado. De hecho, solo se convierte en esa gran patio de recreo exento de obligaciones cuando uno contempla, aturdido, que ya no es posible seguir en él.
Pero hay que saber envejecer; algo que, según el ensayista y novelista francés André Maurois, es todo un arte: el de conservar aún alguna esperanza.
Conviene, como hace la actriz de Illinois que ha conseguido la triple corona de la actuación –Tony, Emmy y Oscar-, afrontar el futuro con las esperanzas intactas, reírnos de las crecientes incapacidades físicas, complacernos con los pliegues en la piel y, sobre todo, seguir la máxima de Platón al respecto de cómo envejecer: aprendiendo cada día muchas cosas nuevas.
McDormand, con su cara lavada en el reino de la cirugía plástica y la sonrisa falsa, dio una lección platónica sobre el asunto más elemental, ese que tanto temor provoca.
Aprenderla es cosa nuestra.