Cuando Pablo Iglesias rehusó comentar el numerito entre la Reina Letizia, Doña Sofía y la heredera de la Corona alegando que se trataba de un asunto “privado”, a muchos ciudadanos les sorprendió su prudencia en una escenita singularmente propicia a la excitación republicana.
Pero no faltaron quienes, propensos a la conspiranoia, advirtieron en los inusitados escrúpulos del líder de Podemos -un político, por otro lado, riguroso en la comunicación pública de sus amables rupturas y futuras descendencias- la paciencia que en el arte de la guerra se recomienda ante los procesos de implosión y desmoronamiento del enemigo.
Sería precipitado ver en la mala relación entre la Reina y su suegra un preludio del advenimiento de la Tercera, pero no parece excesivo afirmar que con comportamientos tan inapropiados, como el que refleja esta imagen, doña Letizia estimula la salivación de sus perseguidores.
O la Reina es una quintacolumnista como Froilán, pero sin la simpatía del nieto favorito del Emérito, o no está a la altura de su responsabilidad.
Fíjense en el fotograma más comentado de la semana. Parece extraído de El desencanto, esa magnífica elegía de la decadencia de los Panero que filmó Jaime Chávarri en el 76. No le falta detalle. El enfado del rey cojo bajo una bóveda catedralicia, el obispo con su mitra y su báculo, doña Sofía quejumbrosa ante la implacable nuera, la infanta temerosa de la ira de la madre dando un manotazo a la abuela y el Rey azorado por el bochorno.
Este sábado ha tenido el gesto de abrirle la puerta del coche a Doña Sofía. Un bonito gesto, a modo de contrición, que por sí solo no va a cambiar demasiado su imagen de severa institutriz.
Hace 15 años, la Reina Letizia vino a modernizar la Monarquía con su sangre plebeya y con su pasado. Pero después de aquella presentación en la que mandó callar al heredero, sólo ha contribuido a hacer más grueso el trazo de quienes se entretienen en caricaturizarla.
Al contrario que Felipe VI, que ha reconciliado a la mayoría de los españoles con una institución trasnochada, se ha ganado la tirria incluso de los agnósticos en asuntos de Estado y de retoques plásticos. Dicen que está “desolada” porque le preocupa la imagen de sus niñas.Tal vez debería preguntarse si no es ella quien ensombrece a las infantas con actitudes soberbias propias del Ancien Régime.