La Justicia ha de ser justa. Si no, ¿qué sentido tiene? Jacinto Silverio acaba de ser juzgado. Como consecuencia, puede que entre en prisión. En su caso, no parece que la sentencia condenatoria se acerque a lo que cualquiera consideraría justo, por mucho que el dictamen del jurado recoja cualesquiera tecnicismos legales. Silverio puede ir a la cárcel. Tiene 83 años y, hace tres, mató a una persona. Sin embargo, probablemente ni tú ni yo lo enviaríamos allí.
Jonás Cano y Cristian C. irrumpieron en la vivienda tinerfeña de Jacinto el 1 de marzo de 2015 con ropa oscura y la cara tapada, armados con un palo y una pistola simulada. Golpearon violentamente a Mercedes, su esposa, con el palo, y le aplastaron la mano contra el marco de la puerta hasta que ella suplicó que no le pegaran más. Su marido convenció a los asaltantes para que le dejaran ir a otra estancia a coger algo de valor y entregárselo. En vez de eso, Jacinto regresó con un arma que un hijo le había dejado como medida de protección algún tiempo atrás. Intentó un disparo disuasorio, según su versión, pero no dio resultado; después, una bala impactó en el rostro de Jonás, que falleció.
A pesar de que Jacinto declaró que, si no se defienden, los hubieran matado a ellos; a pesar de que la pareja explicó que no había manera de huir; a pesar de que el asaltante que sobrevivió señaló que él hubiera hecho lo mismo que Jacinto –“es más: los hubiera matado a los dos”-, dijo-; a pesar de todo eso, un jurado ha considerado, de forma unánime, a Silverio culpable de la muerte de Cano.
En varias ocasiones he tenido el infortunio de vivir una experiencia afortunadamente menos impactante y lamentable que la de Silverio, pero con un comienzo similar, algo que lamentablemente está sucediendo con creciente frecuencia: ladrones entrando en casa. Una de esas veces, yo estaba en el interior pero, por suerte, no los confronté: ellos hicieron un trabajo tan atinado que ni nos enteramos quienes estábamos en el piso inferior de la vivienda de que nos estaban robando.
Pero, si hubiera habido un enfrentamiento, ¿cómo se le puede pedir al agredido que, en su defensa, actúe con proporcionalidad? ¿cuál de las respuestas potenciales incorpora la medida exacta y adecuada? ¿cómo es posible reconocer un arma simulada si uno ni siquiera ha visto una de verdad nunca? ¿cómo se puede responder a la agresión con calma, en un momento de tanta tensión, para que el acto de repeler el ataque se encuentre en el rango de lo permitido?
La propia es una defensa que se produce en unos breves instantes; se realiza en un estado de máximo nerviosismo, y, en muchos casos, resulta de extrema dificultad computar mentalmente la proporcionalidad -o incluso acordarse de que se debe actuar así- que la Ley exige.
Pero Jacinto puede ingresar en prisión. Le intentaron robar, golpearon salvajemente a su esposa y, en su defensa, tuvo que emplear un arma de fuego que hubiera preferido no tener que usar nunca. Pero, por no atender a ese criterio de proporcionalidad tan exigente con quien se intenta defender, puede pasar años entre rejas.
Los robos en viviendas en España son un asunto de trascendencia y, desafortunadamente, habitual. En 2015, según datos del Ministerio del Interior, se registraron 113.452 acciones de esta naturaleza, más de 300 al día. Las circunstancias de la agresión que ha sufrido la pareja tinerfeña, tristemente, pueden darse con más facilidad de lo que pudiera sospecharse. A cualquiera puede ocurrirle. Resulta necesario que la Justicia, ante todo, sea siempre justa. En el caso de Jacinto Silverio eso parece, cuando menos, cuestionable.