A mí, por defecto, todas las sentencias me parecen blandas y la de la Manada no iba a ser una excepción porque no incluye la castración química de los condenados, que es la solución más moderna, racional y civilizada ideada por el ser humano para el problema de la violencia sexual masculina.
Otra cosa son los juicios populares de la turba. "No hace falta ser jurista para tener sentido de la justicia", me decían ayer en Twitter, muy en la onda de la tradición jurídica del Tercer Reich, cuando escribí que, a pesar de ser licenciado en Derecho y entender (que no quiere decir compartir) la sentencia del caso de la Manada mejor que el 99% de los españoles, iba a callarme mi opinión sobre ella para no interferir en la tormenta de cerebros que se avecinaba.
La tormenta dio todo lo que se esperaba de ella y más. Es decir, una avalancha de ignorancia oceánica no ya sobre Derecho penal sino sobre el funcionamiento de un Estado de derecho o del fundamento último de las leyes. Ignorancia propulsada por la, y ahí le doy la razón a la turba de Twitter, discutible (como poco) distinción entre "violencia", "intimidación" y "preeminencia". Añadan el voto del magistrado discrepante y su descripción de lo ocurrido como "actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo" y obtendrán los ingredientes necesarios para esa tormenta.
Distinción, la de "violencia", "intimidación" y "preeminencia", que habría hecho por cierto las delicias de los bizantinos que se arrancaron a discutir sobre el sexo de los ángeles (literalmente) cuando los otomanos rodearon la ciudad de Constantinopla en el siglo XV salivando ante la perspectiva de pasarlos a todos a cuchillo mientras ellos debatían sobre tan interesante, pertinente y urgente dilema académico. Porque parece difícil sostener que pueda existir "preeminencia" sin una "intimidación" real o presupuesta basada en una amenaza creíble de "violencia". Pero doctores tiene la Iglesia.
Decía a las 18:00 de la tarde de ayer Tsevan Rabtan, abogado de profesión y no solo de hobby, que llevaba leídas 115 páginas de la sentencia. Le quedaban por leer 256 y eso que iba rápido y tiene la mano torcida de tanto leer sentencias. "Mientras, cientos de miles de tuits comentándola y pontificando. Muchos de personas con enorme responsabilidad social", decía.
Llevo leídas 115 páginas de la sentencia. Leo deprisa. Estoy acostumbrado a leer sentencias. Mientras, cientos de miles de tuits comentándola y pontificando. Muchos de personas con enorme responsabilidad social.
— Tsevan Rabtan (@Tsevanrabtan) 26 de abril de 2018
Que la sentencia del caso de la Manada, y muy especialmente su voto particular, son algo más que discutibles es una obviedad. Como lo será, por definición, cualquier delito cuya calificación dependa de la valoración del estado anímico de la víctima a partir del somero estudio de sus gemidos y de las supuestas intenciones de sus agresores. A mí la sentencia no me gusta. Y esta es mi opinión de codo en barra porque yo, como ustedes, no me he leído las 371 páginas de la sentencia sino tan solo los párrafos seleccionados por la prensa y que pueden, o no, dar una idea equivocada del razonamiento aplicado por los magistrados.
Eso sí. Entre la justicia popular de Twitter y unos magistrados que en el rango de cuatro años a quince de prisión condenan a nueve, me quedo con el mal menor de los magistrados por más equivocados que estén. La alternativa es el fascismo de la turba.