Aplica Michel de Montaigne, desde la torre, claro está, del castillo familiar, un corte sutil de endiablada pericia a la epidermis de varios hechos históricos a un tiempo. Como la ferida lluminosa (por ponerle un sello de Josep Maria de Sagarra, aprovechando que era sigilógrafo), la sagaz observación del francés, que enseguida revelaré, me ha deslumbrado cual relámpago en la noche oscura. Verán, algún emperador romano y algún rey del XVI encajan, al final de su essai De la libertad de conciencia, en esta considerada conclusión (considerada por cuanto consta “en honor a la devoción de nuestros reyes”). Ahí va: “Al no haber podido lo que querían, han fingido querer lo que podían”. Vuelva a leerlo. Otra vez.
Porque lo que alumbra hoy ese feliz quiasmo del poder y del querer es la conducta del gobernante Rajoy. Alguien lamentará, casi puedo oírlo, el anticlímax: “¡Abrir con Montaigne para ir a don Mariano! ¡Columnistas!”. Se equivocan. El gallego huidizo está en la historia para bien o para mal. ¿Pues no lo está hasta el oidor Lucas Vázquez de Ayllón (qué precedente) gracias a Bernal Díaz del Castillo, que no hizo sino abrir la puerta de la historia de par en par a decenas de individuos que pasaban por allí?
Admitido, espero, que Rajoy tiene asegurado un epígrafe (ya veremos cuán extenso) en los libros sobre el siglo XX y XXI español que habrán de escribirse, yo no le aconsejaría que apareciera demasiado; que se conforme con competir, qué sé yo, con el jefe de gobierno republicano Chapaprieta, digno tecnócrata a destiempo. Porque si le aventuráramos más páginas, ya solo podrían deberse a que su error catalán ha sido catastrófico. Está a tiempo de evitarlo.
Pero deberá desistir del imposible apaciguamiento. Sería terrible verle agitar un papelito en Barajas (o con los componedores del Puente Aéreo) anunciando la pau al nostre temps. Lidia el presidente, y lo sabe, con unos tipos que han brincado desde el racialismo orate y la siniestra frenología hasta este presente español, europeo y global, obviando los caudalosos ríos de sangre del siglo XX y agravando la actual amenaza nacional-populista de Occidente.
Con un Eckart de Blanes en Palau (Catalunya, desperta!), esperemos que Rajoy el Tardo no esté ahora fingiendo querer lo que puede para ocultar que no puede lo que quiere. Aunque dada la pendiente moral y política de este tobogán, hay una posibilidad aún peor: que nos quedemos sin saber si pudo porque en realidad no quería.