Esta fotografía de Mariano Rajoy saliendo escopetado del Congreso pasará a la historia del reporterismo gráfico como el icono de su abrupta defenestración.
La mano derecha alzada en el automatismo de la despedida, el paso urgente de los perseguidos, los labios fruncidos al torrente de la emoción, los belfos tersos… todos los detalles de esta imagen hacen de ella el retrato del epitafio de Rajoy. El problema es que se trata de un epitafio por descifrar porque aún no ha sido escrito.
Como no sólo del protagonista -sobre todo cuando el protagonista es un muerto- depende la materialización de las últimas voluntades, habrá que confiar en que, si no el ex presidente, sí quienes le rodean, esculpan en letras de pan de oro algo sencillo, definitivo y bello como “SUPO IRSE”.
Bajo esas dos infrecuentes palabras pueden desplegarse las más sentidas elegías, ese género fantástico que no requiere compromiso alguno con la verdad. Si Rajoy sabe irse, el centroderecha español clásico (PP) y emergente (CS) entrarán en una competición tan constructiva como necesaria.
De lo contrario, la polarización de un debate político envenenado de antemano por el rencor impedirá resolver el problema de la alternancia y España seguirá instalada en la imposible metafísica de su identidad como país y proyecto colectivo.
La sucesión en el PP puede convertirse en una vulgar imitación de Good Bye, Lenin!, la película imprescindible de Wolfgang Becker. Es natural que Rajoy esté en shock y aturdido, después de haber sido despedido por acuerdo perentorio del Congreso... y una sobremesa de ocho horas en un reservado.
Ahora, el PP debe decidir si enfrentarlo a la realidad y demostrarle que su tiempo político ha concluido y que el partido debe adaptarse el nuevo escenario lo más rápido posible, o acomodarse en mullidas mentiras piadosas para postrase en una confortable e inoperante gran estafa.
En política las transiciones tranquilas sólo son posibles desde el poder. Si el presidente del PP no convoca esta misma semana un congreso extraordinario para designar un sucesor, los barones del partido deben decirle sin contemplaciones: ¡Good Bye, Rajoy!