¿Qué puede ocurrir durante la sobrevenida e inverosímil presidencia de Pedro Sánchez? Por lo que respecta al BOE, seguramente muy poco. Aunque puedan existir acuerdos tácitos con sus socios de investidura, las exigencias de estos se terminarán estrellando contra varios muros: Bruselas, la Constitución, y la falta de legitimidad para realizar reformas estructurales de un gobierno con tan pocos escaños y que no ha ganado unas elecciones. Sánchez ha dado muestras a lo largo de su vida política de temeridad y de oportunismo, pero su reciente apoyo al 155 lleva a pensar que, a la hora de la verdad, y en cuestiones de Estado, está dispuesto a mantenerse en tierra firme.
Por lo que respecta a la política, sin embargo, la presidencia de Sánchez puede operar un verdadero milagro: resucitar al Partido Popular, y además en tiempo récord. Bastaría con que diese los suficientes bandazos, con que mostrase la suficiente debilidad ante nacionalistas y populistas, y con que exhibiera ante la mirada del país la suficiente falta de aptitudes políticas y administrativas, para que el argumento de fuera del PP, todo es caos empezase a recuperar credibilidad. Un argumento que resultó victorioso en las últimas elecciones generales celebradas en España, las de junio de 2016. Un argumento que ya estaba tatuado en la memoria del votante conservador antes incluso del desenlace del procés. Un argumento, en fin, que podría recuperarse para las municipales y autonómicas de 2019 y que sería la base de un nuevo asalto al poder nacional en 2020.
Por una cuestión de tiempos, esta resurrección del PP no vendría precedida de una refundación del partido, como están pidiendo muchos de sus militantes. Es más creíble que el PP de 2018 sea el producto de una remodelación cosmética dirigida por Rajoy y sus acólitos, y por lo tanto continuadora de todos los vicios del PP actual: connivencia con la corrupción, criterios de selección que confunden la tecnocracia con la mediocridad, rotunda incapacidad para defender a los más afectados por las políticas nacionalistas en Cataluña, y ausencia de un proyecto para España más allá de avivar la nostalgia por el mundo previo a 2008.
Uno de los principales objetivos del nuevo gobierno debería ser, por tanto, desmentir la lógica del o el PP o el caos. Mostrar que existen partidos que, ya en el gobierno o a través de una actividad parlamentaria constructiva, son capaces de garantizar la estabilidad institucional, la salud económica, la decencia política y la defensa de los derechos de todos los españoles.
Esto puede parecer un desiderátum naif, pero tanto al PSOE como a Ciudadanos les va mucho en ello. Y menciono a este último porque su posición es tan complicada como fundamental. Su postura de reivindicar la convocatoria de elecciones fue la más decente de todas las que se exhibieron en el Congreso la semana pasada. Pero el nuevo momento que se abre ahora exige responsabilidad, tanto para fiscalizar al gobierno de Sánchez como para ayudar a centrarlo cuando llegue la hora. Para ofrecer una vía al nuevo gobierno de España que le evite depender de ERC, Puigdemont y Bildu. Y esa hora llegará.