Sucedió el jueves, en Barcelona. Mejor dicho, en la Universidad de Barcelona. Se celebraba un homenaje a Cervantes –ya ven, qué reivindicativo– al que asistía el hispanista francés Jean Canavaggio. A algunos separatistas no les gustó la idea: supongo que porque Cervantes no era catalán. Así que decidieron reventar el acto. Las autoridades universitarias permitieron que una horda descontrolada llegase a las puertas del aula magna y las golpease con saña, y luego hiciese imposible escuchar a los ponentes por el estruendo de las sirenas y los berridos.
Pero lo peor no fueron los gritos ni las amenazas. Lo peor fue que Joan Elías, rector de la universidad, pidió a los asistentes que se marcharan “al no poder garantizar su seguridad”. Los organizadores propusieron llamar a los Mossos, pero el señor Elías dijo que de ninguna manera, que por su universidad pasean violentos, chulos, agresores y macarras, pero que los Mossos no entran. Los invitados al acto tuvieron que salir en silencio y por la puerta de atrás, como apestados, como ladrones, como sabe Dios qué, mientras el rector Elías otorgaba la victoria a los descontrolados.
Mire, caballero, o lo que sea, a mí tampoco me hace gracia tener a un cuerpo policial actuando dentro de los sacrosantos muros universitarios, pero entre ver a los mossos poniendo orden o a un centenar de matones impidiendo el ejercicio de la libertad de expresión, me quedo sin dudar con lo primero. La actuación del rector de la Universidad de Barcelona es el resumen de la cobardía, la inacción, la cachaza de los que mandan frente a quienes se han propuesto romper la convivencia en Cataluña.
Para el rector de la UB, que entren los mossos es una línea roja, pero que unos cuantos cernícalos amenacen a los asistentes a un acto cultural es algo que hay que normalizar. Y mientras, la Conferencia de Rectores calló ante la indignidad de uno de los suyos (ay, la endogamia, ay el compadreo, ay el corporativismo ), el nuevo ministro de la cosa hizo lo mismo: nada. No es admisible que se produzcan semejantes episodios de hostigamiento en el último sitio donde uno se espera que tengan cabida la sinrazón y la barbarie. Y tampoco es admisible que de las autorizadas académicas, del ministro abajo, sólo se obtenga silencio. Gritan las bestias y los buenos fingen que no pasa nada. Y es ahí donde echa raíz el germen del desastre.