Leo las reacciones al artículo No somos delincuentes de la exministra de Cultura Ángeles González-Sinde en El Periódico de Cataluña y observo que los artistas han dejado de ocupar el palco de honor que antaño solía corresponderles en el teatro del postureo socialdemócrata.
Pobres almas. No debe de ser plato de fácil digestión caerse con todo el equipo del caballo de la superioridad moral de la izquierda y verse relegados al ingrato papel de contribuyentes corrientes y molientes. Que se lo pregunten a esa clase obrera que sólo necesita un simple voto a Ciudadanos para pasar, como por arte de magia, de la categoría "gente" a la categoría "franquismo sociológico".
Debería haber sabido Ángeles González-Sinde que ese palco cambia de dueño al capricho de la moda moral del momento y que anda ahora con overbooking porque ha sido tomado al asalto por nuevos grupos de interés: los inmigrantes del Aquarius –se olvidarán de ellos en cuanto desembarquen en Valencia– o la ultraderecha nacionalista catalana, entre los más recientes.
Absténganse de buscar el nexo común entre ellos. Son sólo un complemento de moda para el código de vestimenta buenista de la izquierda. En las estanterías del supermercado de la pureza moral en el que la socialdemocracia se compra la conciencia caben desde esperpénticos dictadores bananeros sudamericanos hasta terroristas islamistas o nazis del terruño, la banda de la porra que, creen ellos, allanará el camino hasta la Ítaca de la república oclocrática con la que sueñan. Estas gentes nunca han sido, desde luego, unos sibaritas de la democracia.
A los artistas les ha pasado con la paleoizquierda lo mismo que al PSC con los nacionalistas catalanes: décadas de jabonazo a diestra y siniestra, de genuflexiones escachacolumnas vertebrales, de deditos en forma de cejita en las alfombras rojas, de noes a la guerra, de síes al diálogo y de pagafantismo a dos carrillos han sido recompensados con una soberbia patada de las que te ponen en órbita. "¿Los artistas? Chusma capitalista. Menos Valtonyc. Ese es el Mendelssohn de nuestra época".
Como es obvio para cualquiera que lo haya leído, el texto de González-Sinde no tiene ni pies ni cabeza. Lo interesante en realidad es el aroma de impunidad que desprende. ¿Pagar impuestos ellos? ¿Los creadores? ¿Los artistas? ¿LA IZQUIERDA? ¡Amos anda!
Por lo que yo sé, Ángeles González-Sinde formó parte de un Gobierno que –como todos los gobiernos españoles, por otro lado– dio dos vueltas de tuerca más a la presión fiscal que ya soportan los ciudadanos españoles. Haberse quejado entonces, oigan. En eso, los liberales somos bastante más consecuentes: lo que hizo Màxim Huerta no fue legal, pero sí legítimo. Si la izquierda quiere comprarse una conciencia nueva cada dos meses, debería empezar a hacerlo con su dinero y no con el de los demás.