Hace un par de semanas cené en el restaurante Moments, en el hotel Mandarin Oriental de Barcelona. Dos estrellas Michelin, cocina vista tras grandes cortinajes y menú degustación de 270 euros por persona –con maridaje de vinos– a cargo de Raül Balam Ruscalleda, el hijo de Carme Ruscalleda. Háganse una idea por ustedes mismos.
Esto, por ejemplo, era el plato "Liceo". El "terciopelo de tomate" era en realidad un salmorejo. El carquiñoli, una galleta con una cobertura dulce dorada (en vivo y en directo parecía pan de oro: la foto no refleja exactamente el color ni, sobre todo, el brillo del plato) y el relleno, una mousse de bacalao. El punto negro, que según nos explicó el camarero representaba el Liceo en la Rambla, una emulsión de ajo negro.
Este era "Carmen" (rabo de toro y olla gitana). Sin duda, uno de los tres mejores platos de un menú sin un solo eslabón débil.
Este era "Melocotón Melba", uno de los tres postres del menú. Según explicó el camarero, un homenaje al postre creado en el hotel Savoy de Londres a finales del siglo XIX por Auguste Escoffier en honor de la cantante australiana Nellie Melba, que engordó varias docenas de kilos tras comerlo prácticamente a diario durante dos años. Eso que ven en la foto y que parece un trozo de melocotón era, efectivamente, melocotón, pero con la textura de una yema de huevo que se deshacía sobre el resto del postre al pincharse con el tenedor. El trampantojo de un trampantojo, vaya.
Estas cuatro galletas gigantes son la "Opera House Sidney". El remate pantagruélico a un menú que te obliga a salir del restaurante a cuatro patas y temiendo un infarto súbito –a poder ser, antes de pagar la cuenta–. Mi cara es la de todos los comensales al comprobar que el último plato del menú no es un pequeño bocado digestivo sino azúcar suficiente como para convertir en agua dulce todo el océano Pacífico.
No les enseño más fotos. Con estas cinco ya pueden hacerse ustedes una idea del menú y de la atmósfera del restaurante. Supongo que no hará falta que añada que, caso de tener la posibilidad, no duden ni por un instante en reservar mesa en el Moments.
El caso, y aquí viene el quid de la columna, es que en la mesa contigua a la nuestra comían dos parejas, una de ellas catalana y la otra extranjera. La catalana le explicaba a la extranjera, con todo lujo de detalles, los intríngulis del "conflicto catalán" sin saltarse uno sólo de los tópicos. Una lengua reprimida por Franco. El maltrato fiscal. El desprecio por la cultura catalana. El odio a lo diferente. La corrupción de un régimen franquista que sigue vivo a día de hoy. La pérdida de la independencia en 1714 tras una invasión militar castellana. La amenaza de la ultraderecha españolista.
Pero, sobre todo, la opresión. Una opresión insoportable que emparenta a los catalanes con los judíos, los armenios y cualquier otro pueblo exterminado por la maquinaria de un Estado totalitario. Tan delirante era el relato que a mí me entraron ganas de levantarme a media cena y pedir a gritos un doctor. "¡¡¡Es una emergencia, esta gente se nos va!!!".
Y todo eso, entre bocado de bogavante y bocado de umeboshi. "¡La represión!" decían. Y gamba pa'l coleto. "¡Ni en Turquía, oye, ni en Turquía!". Mordisco a la croqueta de oca con panko y pistacho. "¡¡¡Presos políticos en la Europa de 2018!!!". Muelazo al queso Montagnolo de triple crema con vetas azules aderezado con remolacha, limón negro y piquillo.
Vamos: ni en Dachau se había visto tanto padecimiento y, al mismo tiempo, tanta entereza, tanto estoicismo y tanta dignidad frente a la tiranía de las estrellas Michelin y las cenas de 1.000 euros. Ni las migas quedaron. Debía de ser por solidaridad con el menú de la prisión en la que pasan sus días Junqueras y los consejeros presos.
No deja de ser irónico que el menú llevara el título de Ópera. Porque fue precisamente en el Gran Teatro del Liceo donde en marzo pasado las elites burguesas catalanas se arrancaron a pedir la libertad de Carles Puigdemont a gritos y con un sentido del ritmo, eso sí, francamente mejorable en alguien al que se le supone una cierta afición a la música. "Llibertat, llibertat", gritaban las señoras mientras agitaban sus joyas de Cartier. "Llibertat, llibertat", gritaban los señorones de la Upper Diagonal.
Es el mismo Liceo en el que las herederas de las cien familias catalanas que llevan gobernando la región desde hace más de un siglo competían entre ellas, hace 150 años, por cuál de las amantes de sus maridos era la más guapa. Las amantes, en el 4º y 5º piso del teatro, y ellas y sus maridos, en los palcos y los pisos inferiores. "Mira, la nuestra es más elegante". "No, mira la nuestra, qué rasgos más delicados". "Pero la nuestra no es alcohólica como la tuya". ¿Han visto ustedes El cuento de la criada? Pues lo mismo, pero ambientado en Barcelona en vez de en la república de Gilead.
Me barrunto, en fin, que no deben de ser pocos los líderes actuales del catalanismo que, creyéndose herederos de una larga saga de pura genética aristocrática catalanista, son en realidad hijos de la amante de clase baja de su tatatatatatatarabuelo. Sabido es que en la Barcelona de aquella época se compraba de todo. Desde esclavos cubanos hasta hijos.
Sé que este relato les ha conmovido. Por favor, no dejen pasar la oportunidad de donar parte de su sueldo a la Caja de Solidaridad de tan oprimido pueblo. Que ningún catalán se quede sin ese mínimo imprescindible de la dignidad humana que son los menús a 270 euros. Y, por favor, no dejen de votar al PSOE. Ese partido que cree que los golpes de Estado ejecutados por los caciques de la burguesía adinerada regional contra sus trabajadores de sueldo mínimo son el síntoma de un malestar que debe ser aliviado cediéndoles algunos privilegios políticos, económicos y sociales extra.
Ahora, enjuáguense las lágrimas y prepárense para la subida de impuestos con la que el Gobierno del PSOE pretende compensar la futura condonación de la deuda autonómica catalana. El próximo menú Michelin va a la salud de "la España que nos roba".