También él veía a los y las vetustenses y vetustensas como escarabajos; sus viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las creían los y las vanidosos y vanidosas ciudadanos y ciudadanas palacios y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topo... ¿Qué habían hecho los y las dueños y dueñas de aquellos palacios viejos y arruinados de la Encimada …?

(...)

La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta. Los más linajudos y las más linajudas y los más andrajosos y las más andrajosas vivían allí, cerca unos y unas de otros y de otras, aquellos y aquellas a sus anchas, los otros y las otras apiñados y apiñadas. El buen vetustente y la buena vetustensa eran de la Encimada.
Algunos y algunas fatuos y fatuas estimaban en mucho la propiedad de una casa, por miserable que fuera, en la parte alta de la ciudad.

Mi compañero, el diputado Felix Álvarez, leyó este texto ante el ministro de Cultura, José Guirao. Es un fragmento de La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, pasado a lenguaje desdoblado, lo que convierte un texto maravilloso en un batiburrillo que nadie leería por el puro placer de hacerlo. Me temo que hacia eso vamos.

El Gobierno de Sánchez, falto de proyecto y de ideas, ha decidido sobrevivir a base de ocurrencias de distinta índole. La última frivolidad de la ministra Calvo (aunque tratándose de ella, siempre es la penúltima) ha sido la de anunciar en la Comisión de Igualdad que había pedido a la Real Academia un informe sobre la lengua en la Constitución para estudiar la posibilidad de adaptarla a los nuevos tiempos. Uno se pregunta cuáles son esos tiempos. Y más aún, qué necesidad hay de cuestionar la sólida gramática del español, que tuvo a bien acordar que en nuestro idioma el masculino se usa como forma neutra. No sé dónde está el drama, la exclusión o la ofensa.

Más preocupante me parece la indigencia intelectual de los que creen que es masculino todo aquello que acaba en “o” y no han dedicado un segundo a pensar que “periodista”, “logopeda” o “pediatra” acaban en “a” e incluyen al colectivo masculino. ¿Alguien ha reclamado la creación de los términos “pediatro”, “logopedo” o “periodisto”?

Y sí, claro que puede desdoblarse el lenguaje. De hecho, cualquier intervención empieza con aquello de “Señoras y señores”. Pero seguir así, pasados los saludos, es innecesario. No se trata sólo de economía del lenguaje, sino de pura prosodia: no hay intervención ni texto escrito que aguanten dignamente el desdoblamiento. Y si no les convence mi teoría, vuelvan al inicio de este artículo y comprueben la patochada en la que se ha convertido un fragmento de uno de los textos cumbre de nuestra literatura.

Se empieza por cambiar la Carta Magna para que Calvo y los suyos distraigan al personal, y se acabará desdoblando El Quijote, Los Episodios Nacionales o los Pazos de Ulloa. Que, por cierto, ya me gustaría a mí que doña Emilia Pardo Bazán, feminista donde las haya, tuviese noticia de las ocurrencias de Carmen Calvo. Eso sí que iba a ser un desdoblamiento. Pero de risa…