No sabemos por qué Sanchez la puso ahí. Aunque Robles le haya arrebatado el aparato de espiar, con sus tres mil funcionarios y su lógica falta de transparencia, la vicepresidencia del gobierno sigue conllevando grandes responsabilidades, como la coordinación de los ministerios, la presidencia de las Comisiones Delegadas y las de Secretarios y Subsecretarios de Estado, entre otras muchas funciones imprescindibles. Calvo gobierna más que el escondido Sánchez, del mismo modo que Soraya gobernaba más que el esquivo Rajoy.
Lo que hace difícil imaginar la razón de su elección no es tanto lo técnico del cargo como la exposición pública que este acarrea. Por si no fuera suficiente con la necesidad de pronunciarse a diario sobre cualquier asunto sin haber sido bendecida con el don de la elocuencia (otros tiene, este no), la vicepresidenta se ha impuesto la pesada carga de encarnar el neo puritanismo. He ahí su verdadero cometido, su íntimo compromiso. En tal empresa, la exposición pública es crucial, una oportunidad diaria de evangelización. Calvo maneja bien la fuerza contemporánea de lo superficial, el poder del periodismo de declaración. Nada es más sólido en el espacio público de la postmentira que una voluta de humo.
Una cosa feliz sí nos va a traer Calvo como efecto no previsto de su cruzada neo puritana: el eterno estímulo de la transgresión. Las inefables maravillas del sexo, que es sagrado y trascendente para quien no sea un pedazo de carne con ojos, llevaban décadas languideciendo. En concreto, desde que la doctora Ochoa, empujada por el maléfico Chicho Ibáñez, dio en arrojar una luz de quirófano sobre las partes pudendas de los españoles en el fatídico Hablemos de sexo, el programa con el que la tele pública se convirtió en tele púbica y vulgarizó, descafeinó y desnató el regalo con el que los dioses nos compensan por una vida sin apenas sentido.
Muchos se han indignado al comprender que Calvo se quiere meter en nuestros dormitorios. Yo no, porque Calvo no trae la linterna de Ochoa sino un nuevo catecismo. Sin contención no hay goce. Tóquense por debajo de la mesa de Calvo. Tengo una gran confianza puesta en el neo puritanismo que retira desnudos de los museos, que prohíbe ciertas prendas laborales, tomas, anuncios. Es la censura de Franco, necesario preludio del destape, que fue el primer avatar de la democracia española. El sexo —el sexto— no soporta los focos, salvo en su aberración pornográfica. Pide penumbra. Gracias, Calvo, sor.