Recordarás este verano. Siempre. Una segunda Transición o algo por estilo que vino por unas grabaciones en las que supimos que los ricos también lloran. Es el verano de los lazos felices de Quim Torra, de los cataplines de Luis Rubiales encima de la mesa. Pero el verano éste será, irremediablemente, el verano de Juan Carlos I. El verano de la rubia. Un romance en las postrimerías, las cintas emitiendo una sinfonía borbónica. Lo recordaremos siempre, mientras vemos en Corinna un discreto encanto. Leemos el currículum vital de la princesa en las conversaciones interminables de Forocoches y en unas fotos que quizá la favorecen en lo que la pueden favorecer.
El ataque de ansiedad -o lo que sea- de Juan Carlos I fue el temblor de las cornucopias y la memoria histórica, que no cesa. Hubo calma chicha cuando reapareció el Emérito por Sanjenjo. Y brotó otra cana más en la barba de Felipe VI. Y salió un modelito de Letizia y el Gobierno de perfil con sus miserias y sus ministras, ahora en la batalla final por culpar al Hombre hasta de la muerte de Manolete.
Ya en julio no hay ni Tour de Francia como los de antes, ni un culebrón de aquellos como Cristal; sólo Corinna y el Emérito, demostrándonos que el amor es física, química, misterio y un pisito bien puesto.
Qué verano, digo. Los republicanos con el pie cambiado, superados por las circunstancias. Y eso que llaman las cañerías del Estado destinadas en pleno a chapotear en el barro de las cornamentas y sus asuntos, por las que ahora debe responder el espionaje metido a paparazzi que amenaza. Esas cañerías por las que se fugó Puigdemont en su día, y de las que nadie nos explica nada.
Las cosas de palacio van despacio, pero en la peluquería de aquí abajo se habla de la seguridad de la nación y se empatiza con Doña Sofía desde aquellos lejanos días de la Misa de Pascua en Palma de Mallorca con las cartas –y las princesas– encima de la mesa. De Villa Giralda al chalet en Suiza pasa la Historia. Cierto tiempo se nos escapa ahora que somos cortesanos muy bien informados.
El verano ha traído una serpiente interminable, de ésas con las que pasamos el rato y pensamos en amoríos, poligamia y un testaferro. De forma presunta y retrospectiva, aquí, uno siente que nos han puesto mirando a La Meca y sin AVE. Y para las ansiedades regias, sabemos que el lexatín debajo de la lengua es mano de santo.