Cuando este viernes Rajoy dé su último suspiro como presidente del PP, la pregonera del Consejo de Ministros, Isabel Celáa, habrá echado otra palada de tierra sobre su memoria. ¿Se acuerda ya alguien de quién había antes que Sánchez? Este Gobierno ha hecho tantos tráileres en mes y medio que parece viejo.
Franco, Torra, Televisión Española, las concertinas, los impuestos, el abuso sexual en el Código Penal, la inmigración, las concesionarias de autopistas, el alquiler, el déficit pactado con Bruselas, las energías renovables, las viviendas turísticas, el diésel, las amnistías fiscales, el empleo juvenil, la asignatura de Religión y hasta un corredor en el Mediterráneo para cetáceos. Nada escapa al insaciable agujero negro que se ha abierto en Moncloa.
Entre anuncio y anuncio de Sánchez, el PP deshoja la margarita. El debate entre candidatos que impidió el aparato para no dar imagen de división ha sido sustituido por un magnífico intercambio de golpes bajos con vídeos incluidos para el recuerdo. Entre las fotos inolvidables en blanco y negro al son del predemocrático Cuéntame, las de Arenas, Villalobos, Montoro y Margallo.
Aunque el populoso frente anti-Soraya parece allanar la victoria de Casado, hay expertos que vaticinan el triunfo de ella. Jaime Mayor, famoso como el gran Calcas por su capacidad para adivinar el futuro, pronostica a su pesar la perpetuidad de la vice.
Sólo por la emoción del resultado y por haber servido para descubrir cuál era la realidad de los censos, sólo por ver los esfuerzos periodísticos por presentar a uno como la personificación de la derecha rancia y a la otra cual Clara Campoamor rediviva, debemos celebrar estas primeras primarias del PP.
Sáenz de Santamaría y Casado compiten por repartirse la herencia en sepia de un Rajoy que, ahora ya sí, vuelve a retomar las partidas de parchís en Santa Pola con la ilusión de inmortalizarse como Cincinato. Y el que venga detrás, que arree.