Hace dos semanas un hombre fue encontrado muerto en el hueco de un ascensor del hospital de La Paz de Madrid. Había fallecido 19 días antes. Nadie lo había echado en falta.
Lo peor de morirte debe de ser que nadie lo note. Que no haya el menor duelo. Que tu huella en la Tierra resulte tan liviana que parezca irrelevante. A pesar de todos los esfuerzos; a pesar de todo el interés.
El personaje de Ansel Elgort en Bajo la misma estrella, Augustus, dice en la película que lo que más teme al respecto de la muerte que le acecha es “el olvido”. John Greene, autor de la novela en la que se basa la película de Josh Boone, recoge la sensación de soledad que invade a quienes se enfrentan a sus últimos momentos, y a los miedos que parten de ella; como el de que, quienes permanecen aquí, los olviden.
Antes de morir, los que tienen suerte habitan el último de los estados. No es el mejor, posiblemente. Pero ese es el único camino.
Dice Jodie Foster que la vejez le produce curiosidad. Quizá sea porque la actriz norteamericana envejece con todo el acierto, protegida por los dioses de la belleza. No va a cumplir los 55 porque ya lo ha hecho, y sigue resultando tremendamente atractiva. Los años pasan sin hacerle arrugas. O, si se las hacen, le quedan bien.
No sé si esto será así para todo el mundo, pero surge imparable la sensación de que los días se suceden cada vez más rápido, aunque el calendario, en su exasperante quietud, no lo refleje. Ahora, el paso del verano a la Navidad es casi instantáneo. El otoño consiste en segundos, como el resto de las estaciones. Entre todas, no suman mucho.
Hubo un tiempo en que las cosas no eran así. Había lentitud; había sosiego. Las cosas que ocurrían en la vida iban despacio, y eso permitía saborearlas. Ahora, por culpa de que nos hemos hecho mayores –aunque menos de lo que seremos –, o por culpa de la velocidad que la tecnología imprime a cada una de nuestras existencias, no importa cuánto nos alejemos de ella, el mundo gira a una velocidad de vértigo.
Hace nada, casi fue ayer, tenía hijas que comían en tronas en los restaurantes; ahora, se van de inter-raíl durante semanas. ¿Qué ha ocurrido entre una cosa y la otra? Nada, simplemente que el tiempo se ha esfumado a toda velocidad, haciendo añicos los recuerdos y saltando, incontestable, entre los años.
“No puedes tenerle miedo a hacerte mayor: hacerse mayor es bueno”, asegura Bruce Springsteen, para quien el fenómeno es un misterio interesante que procede desvelar con optimismo, como cuenta en su monumental biografía.
Y eso que el genio de Nueva Jersey ha padecido una depresión de profundas y tristes consecuencias durante varios lustros. Aún así, el autor de Thunder Road se mantiene optimista ante el paso del tiempo.
Mucho más que Joaquín Sabina, para quien envejecer es “una puta mierda”, como dijo recientemente en uno de sus últimos conciertos. Será, supongo, cuestión de perspectiva, como casi todo.
Lo que no es opinable es que han pasado 42 años desde que Jodie Foster encarnó a Iris en Taxi Driver. El filme dirigido por Scorsese es, tal vez, una de las más turbadoras maneras de entender lo que el autor del guión, Paul Schrader, concibió como “el síndrome absoluto de la soledad urbana”.
Una sensación similar, quizá, inundó a Antonio, el hombre que se lanzó al vacío en un hospital madrileño en el aniversario de la separación de su mujer, dejando una nota en la que escribió que se sentía abandonado.