La trayectoria apuntaba a un choque político y sentimental que los analistas creían imposible evitar. Un fatalismo viejo y poderoso había sumido a la España pública en un generalizado encogimiento de hombros, así que cada semana un nuevo despistado descubría la conllevanza de Ortega, y venga a engordar el error, y venga a acumular despropósitos.
Con la prima de riesgo en torno a los 650 puntos y nuestra economía desahuciada por todos los periódicos económicos del mundo —qué hachas— los carroñeros periféricos que se vienen reencarnando desde el Gran Desastre para sobrevolar la patria en círculos se prepararon: “Es la nuestra”.
No insistiré en lo que sostuve entonces en tantos medios porque a día de hoy ya lo ha reconocido la prófuga Ponsatí, que, aunque llegara a consejera de Educación sin ser capaz de acabar una frase en castellano, no es menos cierto que (oh, paradoja) ha sido la única golpista dispuesta a llamar a la cosa por su nombre: “Ibamos de farol”.
Y aquí llegamos a la parte interesante, porque los faroles hay que mantenerlos o estás frito. Salvo que juegues contra los socialistas, que enfocan el póquer de otro modo: ven el farol a quien les quería levantar el patrimonio y, en vez de dejar desplumado al listo, se lo perdonan, le reparten nuevas cartas, le dan un montón de fichas a crédito para que el próximo farol sea más temible, enseñan sus cartas al perdedor y le dan una nueva oportunidad.
Como saben, fuera de esos casos contra natura que llevan la marca del PSC y cuentan con el favor del sanchismo (la nada), lo suyo es que el farolero descubierto se vea obligado a abandonar la mesa tieso. Y si además ha hecho trampas, se lo lleva el sheriff directamente al calabozo.
En Cataluña ha habido farol, se le han visto las cartas al listo, se ha seguido el protocolo socialista de rearmar a cualquiera que pretenda romper España, jalear terroristas, acosar a adversarios o tomar el espacio público y, una vez reflotado y repuesto en sus poderes el tramposo, nos cuenta el gobierno del apaciguamiento que el problema en Cataluña se solucionará buscando el centro de un segmento cuyos extremos son Ciudadanos y los comandos separatistas de Torra. Eso debe caer donde Ernest Maragall, más o menos.
Voilà, vauturs! ¡Alcen vuelo de nuevo! Es lo que los faroleros querían oír. Con lo sencilla que es la verdad: que nunca, que jamás, que pueden ponerse como quieran.