Qué gran paradoja es España: un país tan hijoputa con unas regiones tan admirables.
Ha calado en el personal la idea de que los asturianos son estupendos; los murcianos, maravillosos; los extremeños, magníficos; los gallegos, extraordinarios; los andaluces, la repanocha... y así hasta completar los pobladores de las diecisiete comunidades autónomas.
Es habitual, incluso, que en la conversación con un nacionalista, al descubrirle tu lugar de origen se deshaga en sinceros elogios hacia tu terruño.
Con esa creencia instalada en el ambiente, no es extraño que los distintos gobiernos autonómicos perseveren en potenciar aquello que hace distintos a sus ciudadanos del resto de los españoles. El objetivo, por tanto, es profundizar en los aspectos específicos de la catalanidad, del andalucismo, de la castellanidad o del riojanismo que hacen a los catalanes, andaluces, castellanos o riojanos desemejantes de sus vecinos. O dicho de otro modo, la excelencia consistirá en cavar cada día bajo los pies en pos de reconocerse en lo más genuinamente pueblerino.
"Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos del alma...", la España autonómica ha cogido el rábano del poeta por las hojas. ¿Cómo es posible que con tan preciosos mimbres la cesta resulte tal birria?
En esta España de patrias chicas, la reunión entre el Gobierno de Sánchez y la Generalitat de Torra es pura anécdota. En un extremo de la mesa estaba Meritxell Batet, que no hace tanto rompió la disciplina de voto del PSOE para votar junto a los separatistas a favor del "derecho a decidir". Enfrente se sentaba Ernest Maragall, que en el discurso de apertura del Parlament, en su condición de diputado de más edad, en lugar de hablar en representación de todas las sensibilidades de la Cámara dijo que España "no sabe ganar, sabe derrotar; solo sabe imponer, humillar y castigar... ¡Este país [Cataluña] será siempre nuestro!".
Convencido estoy de que Maragall respeta muchísimo a los madrileños, a los navarros y a los aragoneses, lo cual es compatible con que, cuando apague la luz de la mesita de noche y se quede a solas con su conciencia, justo antes de dormir, sienta allá en el fondo que los españoles son bestias con un bache en el ADN.