La vicepresidenta del gobierno pidió en la toma de posesión del director del Cervantes que se reivindicase "A Aldonza y Dulcinea". Llama la atención que la otrora ministra de Cultura crea que son dos caracteres distintos, como aquel personaje de Álvaro de Laiglesia que puso en una placa "Santiago, Ramón y Cajal". Quizá se hizo un lío. En cualquier caso, puestos a buscar feminismo en El Quijote yo no fijaría nunca la atención en la pobre Aldonza Lorenzo, ni siquiera transmutada en Dulcinea del Toboso, que no es ni mucho menos la más interesante de las 52 mujeres que aparecen en el libro (de las cuales, por cierto, sólo cuatro son analfabetas, en un momento en el que más del 90% de la población femenina española no sabía leer).
Si se trata de relacionar la obra Cervantina con el feminismo, hay motivos de sobra para hacerlo: la mayoría de las mujeres del texto tienen voz propia y no actúan como apéndices de los protagonistas masculinos. Son personajes en progreso, que evolucionan y hacen evolucionar la novela, que se saltan prohibiciones, que actúan por su cuenta, que escapan de su destino o se enfrentan a él. Mujeres que deciden: la escena más abiertamente carnal de la novela, cuenta como Maritornes acude a tener relaciones sexuales con un cliente de la venta para satisfacer sus propios apetitos, reconociendo el autor implícitamente que estos también existen en una mujer. Y eso es algo que choca en un texto publicado en el s. XVII.
Si Carmen Calvo quiere volver a citar personajes femeninos de El Quijote, le sugiero que opte por los de Dorotea y Marcela. La primera espeta al aristócrata que la ronda: “Ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en poco la humildad de la mía; y en tanto me estimo yo, villana y labradora, como tú, señor y caballero”. Marcela es la hermosa pastora que ha decidido vivir su vida ignorando a los hombres, cuando entonces la mujer sólo tenían la opción del matrimonio o el convento. Cuando un joven despechado por ella se suicida y empieza a hablarse de su crueldad, Marcela pronuncia el que puede ser el primer parlamento feminista de la novela moderna:
“Hízome el cielo, según vosotros decías, hermosa, y de tal manera que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís y aún queréis que esté obligada a amaros”. Y añade: “¿Por qué queréis que rinda mi voluntad por la fuerza?... Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de estos campos (…) el cielo aún hasta ahora no ha querido que ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado (…) Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres?”.
Esta llamada al derecho de una mujer a elegir entre ser o no ser amada es un parlamento absolutamente moderno, y tardará muchos años en volver a ser invocado de una forma tan contundente por un personaje femenino. Quien al reivindicar el feminismo recuerda a la pobre Aldonza y no a Marcela, o no ha leído El Quijote o no lo ha entendido. Que no sé qué es peor…