La figura de mármol violada con pintura azul en la fachada de Platerías de la Catedral de Santiago estará hoy o mañana restaurada. No lucirá como en el siglo XII, pero sí como la semana pasada gracias al láser. Otra obra ha nacido mientras tanto. Una efímera y famosa, la del anónimo ser que pintarrajea arte ajeno siguiendo la estética de un grupo de rock duro americano.
No estoy presuponiendo en el gamberro la voluntad de perpetrar un acto artístico (en realidad, es el único ingrediente que le falta; una llamada a una emisora le valdrá), pero cuando coges el espray o el rotulador así, estás a un paso de que te acusen de artista, y eso tiene poco remedio, podrías arrastrarlo de por vida. “Su primera acción fue decorar al modo de Kiss el mármol sacro de...”. Sería un artista plástico del tipo dependiente, claro está. Esos que no pueden existir sin el complemento de los trileros del concepto. Sin proveedores de concepto que llenen el catálogo o nutran la crítica, ¿qué sería de los chiquilicuatres del espray?
Malviven del concepto gentes acomplejadas, deseosas de acabar con todo al modo de los talibanes que borraron los Budas de Bāmiyān. Pero, a diferencia de aquellos, no tienen (todavía) un gobierno detrás que los avale. Me gustaría ver qué habría sucedido si la escultura medieval pintarrajeada hubiera estado en Barcelona, donde gobierna lo más parecido a una secta talibán iconoclasta, lerda, engreída y puerilmente provocadora. Hay una miembro que se fotografía meando en la calle.
Presiento una deriva inevitable. “Acciones” como la de Santiago podrían muy bien compensar a sus autores porque ya se ha hecho casi todo y el público se aburre, coño. El inquietante Chris Burden se pegó un tiro como performance hace un montón de años. Mucho antes, Marcel Duchamp había empezado toda la broma exhibiendo un urinario. Se lo tomaron en serio, y hasta hoy.
Ya se ha elevado a grafiteros a los altares paganos, ya se ha mostrado a tipos desnudos en jaulas. Hermann Nitsch se ha bañado en sangre de animales sacrificados durante sus propias “acciones”, y un puñado de colegas suyos han paseado cadáveres por salas de exposiciones de medio mundo; Gunther Von Hagens le ha sacado especial partido a sus cuerpos plastinados, muertos posando, porque no apestan.
Cuando la profanación del humano muerto ya no provoca, todo empuja a escupir de verdad, con pintura y referencias ucrónicas, contra la cultura indubitada. Catedrales, por ejemplo. La broma de Duchamp no se agota. Ojo.