Querido Pablo Casado: hoy Ibiza amaneció con nubarrones negros. Es el estado de ánimo de España. Esta semana leí en la prensa que la Universidad Autónoma va a convertir en carrera esa broma de mal gusto de hacerse influencer: ya está aquí, ya llegó, es el analfabetismo aplaudido de los guapos, o, mejor, de los ricos, mientras sangran, heridas de muerte, la Historia, la Literatura y la Filosofía. Qué te voy a contar, Pablo, la Educación se ha vuelto una verbena.
Desearía que las influencias fueran otras. Decía la madre del pop que si la gente pensase como ella, como Madonna, y vistiese como Britney Spears, todo iría mejor en el mundo. Entiéndeme: yo querría que la gente vistiese como Pirlo y pensase como Valle-Inclán. Hay días en que este país me insufla angustias de condones rotos, de llamadas con número oculto, de salas de espera en la planta de Oncología. Hay días en que al esperpento le da por resucitar, mira tú por dónde, y casi siempre se aparece en Instagram o en el Congreso de los Diputados.
Pablo, te escribo estas líneas desde Cala Comte, mientras por fin sale el sol. Sabes que el Instituto de la Empresa ha fichado a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, dos meses después de la llegada del presidente a la Moncloa. A mí me parece intolerable, pero la clase política ha quedado indiferente ante la noticia. No sabemos su sueldo. No conocemos de su currículum. ¿Era realmente la persona óptima para el puesto, la más preparada del país? La promoción profesional de Gómez es una excepción en el G-7: me avergüenzo. ¿Era esta nuestra marca España, los 500 enchufados de Sánchez en la empresa pública?
Estas pequeñas tretas me molestan, Pablo, estos pequeños juegos torticeros: son vuestra salsa, vuestro modus operandi. El otro día, con el asunto éste de tu presunto máster regalado, dijiste que la ética la marca la ley, y yo sonreí tu ocurrencia febril: entiendo que si aprobaste la mitad de la carrera en cuatro meses, poco tiempo te dio a interiorizar conceptos de Teoría y Filosofía del Derecho.
No sé, Pablo, quiero contarte tantas cosas...: estas cuestiones son algo sensibles para los millenials como yo, para los hijos de la crisis, para la generación que ha estudiado y pagado con sacrificio másteres que se inventó el sistema para que entrásemos más tarde y más empobrecidos a la vida laboral. Nos dijeron que si éramos brillantes llegaríamos a donde quisiésemos. Nos dijeron que debíamos esforzarnos, asistir a clase sin excusas, matarnos a leer y a subrayar. Dormimos poco por entregar los trabajos en fecha, acumulamos ojeras y cafeínas, nos paseamos por la casa como almas en pena y fuimos a imprimir cien folios de madrugada, con un sándwich tieso en el cuerpo.
Pero la verdad, Pablo, la única verdad, es que muchos de mis amigos hoy están en paro o se parten el lomo por dos duros en curros donde no se les valora. La verdad, Pablo, es que nos hicieron sentir culpables por querer cobrar lo que valía nuestro trabajo y por pretender dedicarnos a “lo nuestro”. Nos hablaron de meritocracia y de liberalismo, nos instaron a que nos hiciésemos responsables de nuestras propias vidas. Tragamos. Competimos. Cumplimos. Y ahora ni siquiera al soplar 30 sabemos si podremos tener algún día una casa propia
Se nos ha idiotizado, infantilizado, convertido en becarios eternos, en padres ancianos, en ciudadanos cultos y estériles. ¿Tú crees, Pablo, que nos gobernará algún día alguien que haya peleado su lugar como nosotros? ¿O siempre estarán un paso por delante los cónyuges de esa izquierda con carguito o esa guapa gente de derechas, como decía Umbral, que mueve los hilos de Universidades e instituciones?
A este lado ya entendimos que la titulitis era un cuento y el ascensor social, uno aún más hilarante. Puro milagro para dos de cada mil parroquianos. Entendimos que en este país del Lazarillo de Tormes sólo se premia el pillaje. Entendimos que muchos triunfaron aupados por sus privilegios, que tantos de esos que ganaron deprisa, vaya por Dios, a menudo hicieron trampas o evidenciaron las podredumbres de un sistema de indocumentados. Entendimos que aquí o estás en la lista o no eres nadie.
Arriba el márketing, la dádiva, la agenda de contactos, la superficialidad sin conciencia. Hemos sido tontos, Pablo, o quizá sólo crédulos: España desprecia el conocimiento y el sudor y aúpa a las vedettes de la foto, los amiguitos cool y el discurso vacuo. Si volviese a empezar, ya te digo: me haría influencer. O político.