El despachito del henmano de Guerra. La consultoría de Fulanito en no sé qué empresa. La gasolinera aquella donde paraba Pepiño Blanco con sus negocietes, la puerta giratoria de otros. Así es la Historia de España en la que faltan médicos y sobran enchufados, más o menos desde la época de Viriato. La vida política tiene sus luces y sus sombras, aparte de esa otra vida donde una nómina comodona aparta los nubarrones de no llegar a fin de mes.
Sabíamos que presuntamente lo de Sánchez era un fijo tambaleante, un torear el día como se pudiera: con gestos, muchos gestos al nacionalismo, que es lo que esperan los que resucitaron a un Sánchez hundido aquella mañana histórica en Dos Hermanas.
La historia de un presidente, quizá, siempre la escriben las mujeres a las que amó y las que colocó: supuesta y socialistamente todo.
En dos meses, los suyos de Sánchez se han garantizado un plato en la mesa, y que haya futuro y salario. En el socialismo hay familias y puñales, pero un secretario general jamás olvida a los buenos socialistas. Correos y Paradores, Begoña tan comprometida con África, Tezanos cocineteando la sociología patria, y lo que te rondará el moreno presidente. Porque con Sánchez, la factoría de hombres y mujeres -y viceversa- sociatas tiene su carguito y su día en un irresistible ascenso diario: la meritocracia del carnet.
El logro de Sánchez es el de no dejar a los suyos a la intemperie. En dos meses, el Gobierno de la gente es el Gobierno de su gente. El ratio, más/menos, es que por cada ministra tecnócrata se acerque un preso a Vascongadas y se enchufe a cuatro a la cosa pública. Y así que se convoquen o no elecciones.
Queda en el aire aquella murga carnavalera de Carlos Cano: "colócanos, colócanos/ ay por tu madre/ colócanos". Sánchez sonríe a Macron, su mujer sonríe a los astros y a la fortuna, y todo el continente africano puede estar tranquilo, esperanzado, que en el Instituto de Empresa (IE) está Begoña Gómez en su incansable labor de modernizar África y erradicar el ébola desde un despacho refrigerado.
Van más de dos meses en los que Sánchez ha calmado las aguas de Ferraz con un maná, y los untados sonríen, y la clase política y los heraldos callan. Sánchez ha hecho en Moncloa lo que era habitual en las calles. La otra política está aquí, y el negocio es redondo. Pegarse al presidente convalida por siete másteres en gestión de empresas y liderazgo profesional. Y acusar de dedazo a Sánchez con el asuntillo de la madre de sus hijos es un ejercicio machista, claro. Lo ha dicho Rufián y hay poco que añadir.