Yo quiero ser un buen catalán equidistante. Uno de esos que, como explica Lluís Bassets este lunes en El País, "trabajan para unir y preservar Cataluña". Pero necesito instrucciones inequívocas. He intentando encontrarlas en el mismo artículo de Bassets, que, entiendo, se incluye a sí mismo en el lote de los prístinos (no tiene pinta el texto de ser una autocrítica). Pero sigo sin aclararme.
Quizá lo que ocurre es que desde aquí abajo resulta difícil oír las directrices radiadas por ese megáfono moral con el que los puros de corazón, equidistantes entre la enfermedad nacionalista y su cura democrática, nos aleccionan a los morlocks del subsuelo que intentamos "dividir y destruir Cataluña". ¡Vaya por Dios! ¡Y yo que sólo pretendía que se respetaran mis derechos civiles! ¡Que me dejaran vivir en un espacio libre de nacionalismo! Voy a tener que deconstruirme para averiguar dónde está el fallo.
El caso es que leyendo el texto de Bassets me he topado con algunas instrucciones aparentemente contradictorias:
"Hay muchas formas de entender Cataluña": A la vista de la composición del Parlamento autonómico catalán, dos y media. La nacionalista, la constitucional y la equidistante. Esta última, en realidad, un tuneo de la primera: una rosa nacionalista de la que se han limado las espinas secesionistas.
"Pero hay dos [formas] especialmente peligrosas por su radicalidad y su afán de ocupar el espacio entero de la vida pública": Hasta donde yo sé, sólo una de esas "formas de entender Cataluña" se ha atribuido la representación de todos los catalanes. En el sobreentendido, por supuesto, de que los catalanes que no encajan o que no se dejan encajar en el arquetipo idealizado de la catalanidad eterna e inmutable defendida por ella no merecen el título de tales.
"Hasta ahora, la virulencia de sus actitudes solo se había expresado en la forma desagradable pero finalmente inofensiva de los insultos y los ataques digitales y mediáticos": Error. Una de esas partes ha expresado esas "actitudes" por medio de leyes puesto que lleva gobernando la comunidad cuarenta años. La única diferencia es que desde el 6 y el 7 de septiembre de 2017 cuenta con resistencia en la calle y en las instituciones por la aparición de un partido no nacionalista capaz de ganarle las elecciones a los que se creían propietarios de la región.
"[Gestos] que no ocultan el deseo mórbido de llegar más lejos, como una soterrada y obscena apelación al martirologio cruento": No conozco a nadie que desee que le partan la cara. Pero es llamativa la referencia al martirologio. Porque sólo una de las partes aludidas ha recurrido de forma sistemática al victimismo reiterado y cansino del "España nos roba", "España no nos entiende", "España no nos merece" y "España es Turquía". Puestos a buscar martirologio, en definitiva, mejor buscarlo en esas playas infestadas de cruces o en las periódicas demostraciones de solidaridad con presuntos delincuentes que fueron avisados una y otra vez, por amigos y enemigos, de las ilegalidades en las que estaban incurriendo. Roza la hipocresía, en fin, comparar las quejas obscenas de quienes han disfrutado durante cuarenta años del poder ejecutivo, legislativo y mediático en la comunidad catalana con las protestas, muy recientes, de quienes llevan esos mismos años callando frente a las imposiciones del régimen nacionalista. Régimen que, por cierto, ha hecho de "la astucia" para desobedecer las sentencias judiciales todo un arte.
"Los resentimientos desbocados, los odios acumulados y los desprecios exhibidos, sentimientos en los que las dos tribus se hermanan": Hombre, hombre. "Hermanados", dice. Digamos que el asco que siente el cacique por sus súbditos, esos "bichos con baches", no es del mismo calibre ni de la misma catadura moral que el cabreo que puedan albergar esos súbditos contra su cacique. Como dice Cayetana Álvarez de Toledo aquí: "El asco es mucho peor que el cabreo. El cabreo tiene remedio y hasta vuelta atrás. El asco no admite negociación".
"Trabajan ambas por un objetivo idéntico: quieren aniquilar al adversario, rechazan cualquier transacción, la idea de un empate y no digamos ya la aceptación de la propia derrota": La idea de un empate entre el delito y la ley en un Estado democrático de la UE es obscena y debería repugnar a cualquiera que se considere demócrata. Y sí: el aniquilamiento democrático del supremacismo es, no sólo higiénico, sino imperativo.
"Solo hay una cosa que no podemos hacer, que no debemos hacer, si queremos evitar esta demencial escalada: añadirnos ni que sea ocasionalmente a uno de los dos bandos que ahora andan buscándose por las esquinas del país": Esto lo ha respondido mucho mejor que yo Irene González. El equidistante no es imparcial: es un bando beligerante más que aspira a perpetuar su privilegiada posición de superioridad moral declamando constantes peticiones de diálogo y negociación que, siempre, de forma indefectible, como una maldición gitana, culmina con cesiones en el sentido deseado por el nacionalismo. ¿Por qué el referéndum de independencia, radicalmente inconstitucional, debería ser "negociable" y la libre elección de idioma en la escuela, el retorno de competencias al Estado o la transformación de la provincia de Barcelona en una comunidad autónoma más (como la de Madrid) son tabú a pesar de ser plenamente constitucionales? La negociación que sólo avanza en un sentido no es negociación: es chantaje.
No olvidemos que los equidistantes no son jueces imparciales, ni Salomón.
— Irene González Fdez (@irene_freedom) 27 de agosto de 2018
Ellos forman parte del acoso, salvo que participan indirectamente. Que el acosado reaccione y consiga salir de ese rol le perjudica, porque en ese momento perderá su pedestal cómodo y de superioridad moral.
"No serán los lazos amarillos los que darán la libertad a los políticos presos. Ni su censura será la que los mantendrá encarcelados": Es una afirmación banal. Probablemente, sólo los que cuelgan lazos piensan que su fetichismo ideológico tendrá la más mínima influencia en la Justicia. En cuanto a los otros aludidos, no "censuran" nada. Limpian el espacio público de signos partidistas en defensa de, lo repito, presuntos delincuentes acusados por la Justicia de graves delitos. En concreto, el segundo golpe de Estado sufrido por la democracia española en sus 40 años de historia. No es moco de pavo. La libertad de los presos, en fin, la "dará" su absolución o el cumplimiento de su condena. Cualquier otra opción, incluida la del indulto, debería repeler a un demócrata.
"Si los queremos en casa pronto, tan pronto como sea posible, tendremos que dejar atrás la guerra de los lazos": Yo no los quiero "en casa". Los quiero en la cárcel. Si son considerados culpables, por supuesto. ¿No es tomar partido "querer en casa" a presuntos golpistas y malversadores de fondos públicos?
"La oposición irreductible que separará cada vez más a los catalanes será (…) entre los que quieren dividir y destruir Cataluña y los que quieren unirla y preservarla": Qué paradoja. Querer unir y preservar Cataluña es un objetivo político legítimo, y no sólo legítimo, sino también elevado, pero los que quieren unir y preservar España son arrinconados, por radicales, en una esquina del tablero democrático por Bassets. En cualquier caso, este tipo de afirmaciones son, nuevamente, banales. Porque ya me explicará el autor cómo pretende "unir y preservar" Cataluña cuando la mitad de sus ciudadanos, es decir la mitad nacionalista, considerable irrenunciable el desunirla para así poder preservar sólo la mitad de su cultura, de sus costumbres, de sus idiomas y hasta de sus ciudadanos. Ya explicará Bassets, en fin, cómo pretende convencer a ese 47% de catalanes que han decidido que los cuarenta años de convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas se han acabado aquí, en este preciso instante histórico, porque ha llegado la hora de apoderarse de lo que, de forma legítima, le pertenece a todos los españoles.
Conocida la alternativa, en fin, creo que prefiero seguir siendo un mal catalán.