Hasta donde me llega la memoria, no he visto sonreír nunca a Carmen Calvo. La doctrina, su doctrina, está siempre mucho antes que la sonrisa. Una sonrisa no arregla el mundo; sí quizá ese gesto tradicional que perfora cámaras y titulares. El oráculo del sanchismo, como dijo el otro, no puede ser un poder interino, y por eso Carmen Calvo ahora está en las pantallas.
Bien se conoce Calvo el momento y el qué decir; en tres meses ha comprendido la forma en que reescribir la Historia; la pasada semana sabía hasta el pie de página de la operación exhumación. Quizá Pedro Sánchez se sepa un poder temporal, una alteración de la Historia, y por eso está Carmen Calvo como sostén de las ideas -las suyas- y como think thank de sí misma. Donde Pedro Sánchez recula de la ocurrencia, Carmen Calvo criminaliza a esa mitad de la Humanidad que lleva calzoncillos. A Calvo el destino le ha dado esta antepenúltima oportunidad de cambiar las leyes, el papel timbrado y hasta el Quijote. Y eso justo ahora que conocen cómo España empieza a tragar con el decretazo convertido en un ministro más. Lo de Franco sólo es la cosmética, el mascarón de proa de un barco que con 84 diputados quiere dejar a España sin que la reconozca ni su madre. Calvo no sonríe, y hay en su rictus algo de rencor histórico. Uno sabe que venir a este valle de lágrimas no es Jauja, pero es lo que hay.
Calvo se sabe hasta la nota mínima al pie de página, insisto, las esquinas del Valle, el peso de la lápida de Franco, la dinámica de fluidos y la teoría de poleas con las que sacar al aire de Cuelgamuros los restos del Dictador.
A los tres meses Carmen Calvo es el Mazarino, la centrocampista de un Gobierno de postureo y de sonrisas, al que le podía ir peor. Le pese a quien le pese, a Calvo le siguen lecturas mientras que a Sánchez le siguen militantes gagá y lo que les rodea es una tecnocracia insulsa que hace aguas. Sólo con esta apreciación vamos comprendiendo cómo funciona el Ejecutivo. Si hay que pararle los pies a los supremacistas, se les frena para que no interrumpan la gracia y el poderío de Calvo. Un lazo amarillo y unos botarates no podrán con Calvo, y de ahí que se ventilara el miércoles a Elsa Artadi en secreto, con rosa y con látigo. El carmencalvismo se supera, nos supera y se superará en esta enésima fase histórica. Calvo no sonríe porque tiene el Estado en el entrecejo fruncido y egabrense.