La primera vez que lo vi, me miró con los ojos llenos de fiebre. Quiso que caminara hasta el final. Me prometió un patio lleno de tempestades, asaltado por espíritus ardientes, en cólera, pero inofensivos. Fingí interesarme por una estantería a la entrada del anticuario y rechacé la invitación. Alumbré una sensación difícil de camuflar con literatura: "Este tío está pirado". Compré una primera edición de Fernández Flórez por un euro y salí de allí lo más rápido que pude. "Volverás", se despidió.
El sábado quedé para cenar a orillas de la plaza del 2 de mayo, rompeolas del hedonismo malasañero. "Llegamos tarde", sonó el móvil. Entonces me acordé de aquel sitio, de aquella tienda inundada de cachivaches, cuadros viejos, percheros y cartas anónimas. Todo ello al por mayor, precio asequible independientemente del valor del objeto. Tiene su gracia porque el avezado Indiana Jones que osa entrar en este túnel del tiempo sabe que si encuentra algo de su interés, podrá pagarlo.
Decidí apurar allí la tardanza de mis amigos. Él estaba fuera, sentado en una butaca de oficina vieja, como de los ochenta. Dentro, pregunté a los muertos que colgaban de un par de fotografías. Hace cincuenta o cien años, fueron iguales que nosotros. El infinito les ha borrado el nombre y han ido a parar adonde nunca imaginaron. Como las agujas no dejan de girar, prometo ir al Toni 2 mucho más de lo que acostumbro. Antes de que me "entierren" en esta pared, que el pianista dispare todo lo que pueda.
Acudo a la estantería de los libros, apilados a presión en un montón de filas y alturas. Cuando intento extraer uno que se resiste, me caen treinta o cuarenta encima. También una lámpara, que estalla contra el suelo. Él viene a paso rápido. Tranquilo, susurra: "La próxima, coge esa escalera". Cuando estamos recogiendo, ofrece una explicación a mi torpeza: "Una médium ha estado aquí esta tarde. Me ha dicho que esto está lleno de 'gente'. Igual te la han jugado". Sin darme tiempo a contestar, añade: "Ya sé que no crees en eso, pero conviene que lo tengas en cuenta, aunque sólo exista un 1% de probabilidades".
La conversación que empieza ahí termina con una apuesta común: "Las cosas que suceden cuando sólo hay un 1% de posibilidades son las que hacen que la vida merezca la pena por un rato".
Probablemente, antes de entrar aquí, sólo había una oportunidad entre cien de que se me cayera una pila de libros encima. Estoy seguro de que cuando vine a vivir a Madrid sólo había una opción entre mil de conocer a un tipo como este. Él sabe que ya no le miro como si estuviera loco; o mejor dicho, me escruta feliz, consciente de que he aceptado un poco mi locura para disfrutar juntos de esta noche.
Se llama "M". Una vez, en una plaza cualquiera, respondió a los versos del poeta con otros de su cosecha, improvisados al instante. Un poema alumbrado sobre otro poema. Luego miró a los ojos del público. Uno a uno. Con la misma fiebre que yo encontré hace un tiempo. Y todos vuelven a este lugar. Hasta que el silencio los ponga en blanco y negro. Hasta que su fotografía acabe en esta pared.