Ahora se entiende que Sánchez eligiera un Gobierno amplio, de diecisiete ministros: a dos cesados cada tres meses le da para renovar por completo el gabinete justo antes de agotar la legislatura. Y eso siendo conservadores, porque si consideramos los méritos contraídos por la titular de Justicia, Dolores Delgado, muy bien podrían ser ya tres las bajas acumuladas, y acortar consecuentemente los tiempos.
Sánchez presentó su equipo como una colección de estrellas, como un Gobierno de récords, como el contrapunto al Consejo de Ministros de Rajoy, gris y casposo, esclerotizado, al que le iban lloviendo las reprobaciones en el Parlamento. Y no habría sido yo quien le negara el diagnóstico.
Aquel dream team, aquel desfile de pasarela acogido con ooohs en la platea, era el trampolín para poner a Sánchez en órbita en el momento de convocar elecciones. Y así lo confirmaron las primeras encuestas sobre intención de voto. Pero al presidente, bip, bip, empieza a ponérsele cara del coyote de El Correcaminos. Sabido es que la raya que separa lo sublime de lo ridículo es muy estrecha.
Ocurre que cada vez que Sánchez releva a un ministro horas después de haberle ratificado -“está haciendo un gran trabajo y lo va a seguir haciendo”, había dicho de Montón- el sucesor cae como un pegote de masilla informe en la descascarillada porcelana original.
Que el presidente empieza a perder los nervios se pudo comprobar este miércoles con su pataleta por la minucia de Ana Pastor de dejar a Rivera salirse del guión para preguntarle por su tesis doctoral. Dado que el trabajo obtuvo la calificación de cum laude escama tanto interés por mantenerlo oculto, hurtando por lo demás al público de obra tan valiosa. Pero peor si cabe fue su amenaza desde el escaño a los pacíficos diputados de Ciudadanos: “Os vais a enterar”, vino a decir al más puro estilo Rafa Hernando. En quien presume de diálogo hasta con el racista Torra y los golpistas del procés queda feo.