El sueño ilustrado español ha sido francés y ahora Manuel Valls tiene que ver con ese sueño. El jueves estuvo en Málaga, en La Térmica, para presentar el libro colectivo Anatomía del ‘procés’ (Debate). Predominaba entre los asistentes, junto con la admiración, un cierto espíritu catetillo. Habíamos llenado la sala para ver a un político (¡uno al menos!) que hubiese hecho un buen bachillerato. Algo que en Francia vale más –pensábamos– que todos nuestros másteres y doctorados juntos. El sueño era también personal: al ver los resultados en un hombre de origen español añorábamos lo que hubiese podido hacer con nosotros el bachillerato francés.
Valls no decepcionó. Era algo insólito por estos pagos: un intelectual de acción. Es decir, un político con pensamiento. Su discurso era preciso, riguroso, claro, complejo, de largo alcance. Con la dosis adecuada de retórica, representación y seducción. “Es la NBA”, me dijo un amigo. Su implicación en la política española, que se concretará con su candidatura a la alcaldía de Barcelona (no lo confirmó expresamente, pero es indudable que se va a presentar), producirá un efecto paradójico: elevará el nivel... pero por esa razón veremos cuán bajo era el de los canditatos (¡y candidatas!) locales.
Es una gran ocasión para Barcelona, con beneficios para Cataluña, el resto de España y el resto de Europa. El simbolismo es directo, como ideado a propósito: un hispano-francés (o catalano-francés) nacido en Barcelona puede devolverle a su ciudad el espíritu afrancesado que le veíamos los españoles. Ahora sabemos que el cosmopolitismo que le otorgábamos a Cataluña era en realidad de Barcelona, y el problema ha sido últimamente que la región ha tirado de la capital y no al revés como antes. (No sé en qué medida hablo de lo que sucedía de verdad, pero tales eran nuestras proyecciones: no despectivas sino admirativas; quizá provincianas).
Mis amigos barceloneses y yo nos detuvimos para escuchar los discursos del pasado 8 de octubre, tras la manifestación feliz, ante la Estación de Francia. Involuntariamente fue también simbólico. Contra los que hablan de nacionalismo español, allí había “mezcla de banderas españolas, catalanas y europeas”, como escribe Valls en el prólogo de Anatomía del ‘procés’ y como vimos quienes lo vivimos. Mario Vargas Llosa habló aquel día de la Barcelona cosmopolita que conoció. Y me acordé de mi profesor de Filosofía del instituto, que había estudiado en Barcelona y nos contaba cosas como si aquello fuese París. Se trata ahora de que Barcelona vuelva a ser nuestra puerta de Europa y no ese socavón en que Europa parece interrumpirse por la obra nefasta de los nacionalistas. Con Valls tendrá una oportunidad, quizá la última.