Hay que reconocerle a Pedro Sánchez una cortesía exquisita para con los electores: estos irán a las urnas sabiendo con exactitud lo que votan, si le votan. Abra o no el famoso melón constitucional, él sí se ha abierto como presidente: es un melón calado. Alguna ventaja tenía que tener esta campaña electoral simultánea a una acción de gobierno.
Lo mejor de la presidencia de Sánchez a estas alturas es que será breve: dos añitos como mucho. Y si al final sigue, al menos los electores habrán votado su política. Algo que no ha ocurrido hasta ahora: una de las características del electorado español, por el momento, es que históricamente ha votado poquísimo a Sánchez.
¡Qué lejos queda mi neosanchismo! Han pasado cien días: un mundo. El rutilante gobierno que vimos en el escaparate como una caja de bombones está preso ya de una obsolescencia no programada sino descontrolada. Sánchez como presidente anda como vaca sin cencerro, y sus ministros (¡y ministras!) como pollos (¡y pollas!) sin cabeza. Serán solo dos añitos como mucho, sí: pero si se agota la legislatura, puede resultar agotador.
El rutilante gobierno que vimos en el escaparate como una caja de bombones está preso ya de una obsolescencia no programada sino descontrolada
Fui comprensivo con la moción de censura de Sánchez, porque era la medida desesperada (maquiavélica) de un candidato descartado. Gracias a ella entró en juego, y desde la cumbre. Pero parece que a nuestros políticos siempre les falta saber dónde están y por qué están. Una vez en la cumbre, se creen que están ahí no por azares ni triquiñuelas sino por lo que son. Y se ponen a gobernar sin pudor, y casi diría que sin vergüenza. El caso de Sánchez es irritante porque el origen de su poder es espurio: lo apoyaron –además de sus ochenta y cuatro diputados– los populistas y los nacionalistas (separatistas y filoterroristas incluidos); o sea, lo peor del parlamento. Pero una cosa era aprovecharse de la urgencia que tenían por echar a Mariano Rajoy y otra gobernar de acuerdo con ellos o teniéndolos en cuenta.
El daño que Sánchez le ha hecho –o le va a hacer– al centro izquierda es incalculable: probablemente lo va a barrer del panorama español durante lustros. Salvo que Ciudadanos espabile y colonice ese terreno que el PSOE abandona; aunque puede que sea un terreno quemado. Está arruinada la solución que a algunos nos parecía la deseable: la alianza entre el PSOE y Ciudadanos (“el Pacto del Abrazo”, como lo llamó el director de este periódico), que hubiera centrado y mejorado a ambos partidos.
Pero en vez de aliarse con quienes lo hubiesen mejorado, Sánchez ha escogido hacerlo con quienes lo empeoran. Quizá era lo que se le adecuaba.