Al fin Pedro Sánchez me representa: su error de protocolo simboliza ese gran error de protocolo que es mi vida entera. Pero no voy a hablar de mí sino de él, que está quemando su presidencia como un juerguista el fin de semana. La posibilidad de que esté siendo un sueño rápido le hace querer vivirlo de todas las maneras.
El 12 de octubre pasó de recibir los abucheos a presidir una república de nueve segundos. Los he cronometrado: ese tiempo transcurre desde que se sitúa al lado del Rey –superándolo, en lenguaje dialéctico– hasta que se lo lleva el figurín de protocolo (que tenía, por cierto, un aire a Albert Rivera). Lo mejor del vídeo, con todo, es cuando Sánchez se retira respetuosamente, con las manos entrelazadas por delante, la cabeza semiagachada y el gesto entre sereno, introspectivo y grave del que ha recibido la primera comunión.
El mismo Día de la Hispanidad, Albert Boadella proclamó la autonomía de Tabarnia durante nueve segundos también. Tanto Sánchez como Boadella superaron en un segundo, pues, a la República Catalana del año pasado, que duró ocho. Fue una jornada doblemente feliz. Una pinza humorística memorable a la gran parodia del independentismo.
Luego se ha dicho que el error no fue de Sánchez sino de las instrucciones que le dieron, o que Ana Pastor se adelantó más de la cuenta. Pero da igual. El error no tuvo ninguna importancia. Lo significativo ha sido la aspereza con que se ha juzgado: el lugar insufrible en que se ha convertido la política española ha puesto pomposidad donde no había más que para unas risas. Los españoles nos hemos convertido en unos nuevos ricos de la fiscalización del prójimo. Francamente, nos estamos volviendo un coñazo.
El protocolo está bien, hay que cumplirlo. Forma parte de la gran representación de la vida pública. Pero si uno se equivoca, la crítica no puede ser metafísica, sino que ha de referirse solo a la actuación. Era un fallo de lenguaje y punto; y tanto menos importante cuanto que fue de inmediato corregido.
Pero hay otra cosa significativa: además de los inquisidores del protocolo, están los supuestamente antiprotocolo como Pablo Iglesias, que ejercen una inquisición igual de protocolaria. Tanto unos como otros contribuyen a la expansión de aquello que combatía Nietzsche: el espíritu de la pesadez.
En cuanto a los abucheos a Sánchez: estuvieron mal, naturalmente, en el contexto de la Fiesta Nacional. Como está mal que Sánchez esté sosteniendo el Gobierno de la nación en aquellos que no acuden a una ceremonia así. Pero eso es ya otra historia: la de todos estos días.