¿Pero cómo no va a actuar Pablo Iglesias como el vicepresidente de facto del Gobierno si en la Moncloa tuvieron la generosa idea de estampar el logo de su partido en el documento con el que Pedro Sánchez y él formalizaron su pacto para los Presupuestos Generales del Estado? Tienen suerte de que no saliera del palacio con un palillo en la boca y pidiendo a gritos el Falcon. "¡A ver! ¿Es que hay que pedirlo todo aquí? ¡Traedme el puto Falcon! Y rapidito, que llego tarde a la asamblea con los plumillas de la prensa en las alfombras del Congreso".
Pablo Iglesias tiene una obvia tendencia, muy irritante para los que llevamos a gala eso de las formas y la educación y la compostura, a comportarse como el Napoleón del corral cuando a duras penas ha empezado a tomar la fortaleza de Tolón a cañonazos. Lo hizo el 22 de enero de 2016, cuando apareció frente a la prensa para anunciar a las bravas un Gobierno presidido por Sánchez y vicepresidido por él. Acto seguido, reclamó las carteras de Economía, Educación, Sanidad, Interior, Defensa y Exteriores. Para el PSOE dejó la de Agricultura y la de Administraciones Públicas. RTVE también se la quedaba él. Además de los espías y las cloacas policiales, siempre tan joviales cuando caen en manos de un comunista.
Que Pablo Iglesias haya decidido ahora presentarse por su cuenta y riesgo en la prisión de Lledoners para presionar a Oriol Junqueras y conseguir del republicano el sí a los Presupuestos Generales del Estado conduce a dos conclusiones.
La primera es que en Lledoners ya entra cualquiera. Cuentan que la agenda de los presos catalanistas está tan abarrotada que, en ocasiones, incluso se permiten el lujo de rechazar a algunas visitas con la excusa de que a esa misma hora les toca piscina, o concierto, o partido de fútbol. Ojalá a Junqueras le coincida mañana la visita de Iglesias con la misa. Aunque lo dudo: Jaume Roures ya se habrá ocupado de dar instrucciones de que a Iglesias se le reciba sí o sí. Porque una cosa es que te visite el alcalde de Bofaforats de Sota y otra que te visite el heraldo del Ibex catalán (Iglesias es a Roures lo que Silver Surfer a Galactus: el esbirro encargado de buscarle a su amo nuevos mundos que zamparse a dos carrillos).
La segunda conclusión es que, resignado a ese tope del 15% que le auguran la mayoría de las encuestas —el techo de cristal tradicional del comunismo en España, picos puntuales aparte—, Pablo Iglesias ha renunciado al sorpaso político al PSOE, pero no al sorpaso posturil a Pedro Sánchez.
Y ahí es donde le duele al presidente. Porque nada le gustaría más a nuestro CR7 del protocolo que reunirse con Junqueras en prisión, hacerse un par de fotos a la salida de la cárcel y pasar a la historia como el hombre que arregló en dos horas lo que España no ha solucionado en 300 años. Básicamente por el absurdo complejo de inferioridad de todos los Gobiernos españoles con respecto al carlismo catalán, pero ese es otro tema.
Obviamente, Pedro Sánchez no tiene ni la más remota idea de que el verdadero hecho diferencial catalán son en realidad dos: la cobardía y la deslealtad. En lo segundo, el nacionalismo catalán coincide con Pablo Iglesias. Sánchez lo descubrirá cuando ya sea tarde. Esperemos que nuestro Mortadelo en el Gobierno encuentre algún postureo de Trudeau, o de Obama, o de Kennedy, que copiar y que le permita aliviar su decepción. A la socialdemocracia, en fin, siempre le quedará Instagram.